miércoles, 14 de octubre de 2015

Secuencias

Ayer vi cómo le robaban el maletín a un oficinista.
En realidad, vi justo el momento en el que se daba cuenta de que se lo habían sacado. No puedo explicarte la cara de desesperación, de desazón completa. Vi a un oficinista llorar en un café repleto de ojos mirándolo. Lo vi salir y entrar (el gran ventanal me permitía ver como continuaba su llanto en la vereda) repetidas veces. Corría hacia la esquina más próxima, como con la esperanza de encontrar al punga, con los deseos irrefrenables de agarrarlo del cuello y cagarlo a palos, de demostrarle que "eso no se hace". Enseguida volvía a entrar por la puerta del bar enjugándose las lágrimas y abrazando a una chica que lo esperaba petrificada al lado de la mesa de la que, segundos antes, se había levantado con horror. La secuencia se repetía una y otra vez. Se sentaba, se paraba, corría a la puerta del bar, miraba hacia ambas esquinas, elegía correr hacia alguna, volvía derrotado, se secaba las lágrimas, abrazaba a la chica, se sentaba... Se me hizo insoportable.
¿Cuánto tiempo más iba a durar? No dejaba de oscilar entre la resignación y la esperanza. Los ojos eran una mezcla de profunda tristeza y de enojo. Pero no. No era una mezcla. No podía ver tristeza y enojo al mismo tiempo, pero los períodos en que cada sentimiento se expresaba eran tan cortos y tan sucesivos, tan rápidos, que mi mente los confundía. Si lograba abstraerme, si conseguía ralentizar la secuencia lo suficiente, aparecían diferenciados, incluso unas burbujas indicadoras aparecían al costado: "esto es signo de tristeza", "esta expresión es de profundo enojo". Una suerte de faino me permitía ver.
¿Y si la luz, lo que me permitía ver con más claridad, era simplemente una desaceleración?

Ayer vi cómo le robaban el maletín a un oficinista. No puedo explicarte la cara que puso cuando se dio cuenta.

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