jueves, 22 de octubre de 2015

Así es el calor

Una tarde calurosa y un bondi lleno, la increíble suerte de haber encontrado un asiento vacío y las gotitas de la botella de plástico resbalando cuasi eróticamente, mojandole los dedos. Se la llevó a la nuca, disfrutando del incisivo frío, que se le metía por la piel. Un suspiro. Una tarde lenta y pesada, agobiante, un sorbo de agua que no aceleraba el tránsito. A veces la lentitud se le hacía necesaria. Una mujer se le pegaba demasiado en el asiento contiguo y ella optaba por correrse más y más hacia la ventana. Otro sorbo, pero no tan largo porque el medio litro debía durarle hasta el final del recorrido. Contó veintisiete personas que pasaron al lado del colectivo mientras estaba parado en una luz roja y las volvió  a contar cuando de una vez por todas volvió a arrancar. Qué fácil es que lo placentero, lo necesario, se convierta en insoportable. Miró al techo durante un rato, con la cabeza apoyada en el respaldo, respirando pausadamente y sintiendo una gotita que le resbalaba justo por el medio del pecho. Quiso seguirle el recorrido con la mente ¿dónde se había originado? ¿cómo identificar si era parte del sudor de la botella o del propio? Seguramente fuese una mezcla. La sintió continuar su camino hasta extinguirse en la remera, junto con muchas otras compañeras que ya formaban una constelación en la tela de color claro por la que había optado más temprano. Deseó intensamente sacarse las zapatillas y las medias y caminar descalza sobre el pasto. Hacía bastante que no se permitía ese placer, y es que después de todo no era tan fácil, como mucho se permitía andar en patas sobre el parqué del piso de su departamento, pero ¿pasto? No recordaba haberlo pisado en los últimos meses, ni con zapatillas. Es que era eso lo que le dejaba la ciudad: el cemento guarda bien el calor, y los edificios bloquean perfectamente el viento, como para que lo único que anheles sea llegar al cobijo de un aire acondicionado. Le entró el apuro: imaginó el momento en el que podría librarse de la ropa, quería estirarse sobre el suelo y mirar el cielo sin esos absurdos impedimentos (la ropa y los edificios y los cables).
De repente todo se hizo más pesado: la mujer de al lado, el tráfico, la ropa, el bolso entre sus piernas, su cabeza. Le sobrevino esa horrible sensación de cuando te estás haciendo pis hace rato y estas justo llegando a la puerta de tu casa. Morirse de ganas.
Repitió la maniobra de la botella en la nuca, y esta vez fue más allá y se rodeó todo el cuello. Una carrera de minúsculas gotitas le recorrió el cuerpo y notó como un tipo la miraba de arriba a abajo. Por un momento se sintió desprotegida, luego la bronca, pronto lo olvidó.
Volvió a mirar por la ventana, con incredulidad ante el silencio de la ciudad. La hora de la siesta es silenciosa aunque estés en medio de Once, es un fenómeno curioso, tal vez sea que todos nos volvemos un poco sordos después de almorzar. No había comido nada porque sabía que allá siempre había comida y detestaba cocinar para ella sola, le hizo ruido la panza (¡hizo ruido!) y quiso acallarla con el último trago de agua que quedaba. Ya estaba cerca.
Reconoció el giro del colectivo, que dejaba atrás la parte "más ciudad" de la ciudad, y se abría paso entre casitas bajas. Qué alivio.
La ansiedad volvió a invadirla y sintió unas ganas locas de pararse y hacer esas últimas cuadras corriendo para calmarse, pero se obligó a mantener el culo en el asiento "dale, dale, dale, que ya llegás". Era inútil disimular su transpiración, y lo sabía, sabía también que no molestaba a nadie, menos que menos a quien la estaba esperando. Se sonrió cuando se imagino la situación.
El calor crecía y crecía y no había vientito que lo calmara. Se colgó el bolso en el hombro y guardó la botella de plástico vacía y seca, le pasó por encima a la mujer, pegándose bastante, como para vengarse y caminó entre la gente hasta la puerta de atrás. El corazón se le salía por todos lados, cerró los ojos y tocó el timbre para avisar que bajaba. El ruido la ensordeció y la sacó de su ensoñación: entraba a laburar hasta las diez de la noche.

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