domingo, 15 de agosto de 2010

Y hoy, al fin, TENGO LA LLAVE

A veces los golpes más duros te dejan las mejores enseñanzas, podemos repetir una y otra vez que cuando estamos bien también aprendemos, o que la felicidad nos hace crecer. Pero solamente cuando sentimos que adentro nuestro se quiebra algo, sólo cuando sentimos que nos vamos a morir del dolor, crecemos de verdad. La tristeza y la desazón nunca me duraron mucho, porque al poco tiempo descubro eso por lo que valió la pena el sufrimiento. Y entonces sonrío y trato de cambiar, por fuera y por dentro, que se note el cambio y que me lo hagan notar para así sentir que poco a poco, dolor a dolor, voy haciéndome grande. Y me alegra y me da tanta satisfacción sentarme hoy, en cualquier lugar y poder sonreír por el pensamiento más absurdo que cruce mi cabeza, y me da mayor satisfacción todavía seguir sintiendo dolor, y no, no es masoquismo ni nada de eso, es que ahora que tengo la llave de mi vida y soy solo yo quien decide que puertas abrir, esos pequeños o grandes dolores me recuerdan que sigo creciendo y nunca, pero nunca voy a dejar de hacerlo.

domingo, 8 de agosto de 2010

Felicidad?


Ella estaba sentada en el frío, con un paquete de galletas en la mano y sin muchas ganas de levantarse a buscar el jugo ades que en ese momento estaba deseando tomar. Jugaba con su pelo y sentía como el frío le entraba por cada centímetro de su cuerpo. Se sentía en paz, y no había mucho de lo que preocuparse. Movió su cuello para un costado y los huesos de su cuello sonaron estrepitosamente, era una mala costumbre que tenía, al igual que muchas otras. Miraba hacia adelante, e intentaba buscar formas en el cielo que se pintaba de naranja al atardecer. De repente cerro los ojos y tomo aire profundamente, mientras sacaba una galleta y sentía que alguien se acercaba detrás de ella.

Él la abrazo como a ella tanto le gustaba, le revolvió un poco el pelo y después de unos instantes se sentó al lado, le ofreció una mirada y tomó su mano derecha entre las suyas. Sin saber muy bien porque dejó derramar unas cuantas lágrimas mientras trataba de descifrar que era lo que ella estaba pensando. Le hacían tan bien esos momentos que compartían, sentía por fin que era él mismo, que no tenía que fingir absolutamente nada, y no le importaba llorar.


No sabían como habían llegado a eso, pero no les importaba. Estaban felices y eso valía más que nada.