miércoles, 23 de septiembre de 2015

Sobre llorar en lugares públicos

Un violín me desgarra el pecho, y siento que me muero mientras veo diminutas gotitas chocando contra el vidrio de la ventana del tren. 
¿Es posible estar tan triste con tanta felicidad? 
Recorrí cielos enteros, me probé diez mil sombreros y caí en picada una y otra vez. Qué fácil es sentirse frágil. Un soplido recorre un camino casi como predestinado, es tenue pero, sin embargo, decidido.
¿Sabe el viento hacia dónde va?
Un remolino de contradicciones me inunda el cuerpo, las siento entrar como una luz blanca en medio de la frente. Pegajosas, densas, se adhieren a las paredes de mis venas, se incrustan en los tejidos. Una vez más grito en silencio. Grito con los ojos, anegados. La quietud es insoportable. Quiero levantarme del asiento y correr por los pasillos. Quiero que cambie este paisaje tan estable. Pero la tormenta esta adentro y no puedo exteriorizarla. 
Se repiten en mi cabeza secuencias de las horas anteriores, de los días anteriores, de los meses anteriores, de los años anteriores. Y modifico el pasado a mi gusto y conveniencia. Tan creadora de este presente que detesto, pero al que me apego como si no existiera nada más. Y es que no existe nada más. Y vuelvo a sentir que me odio, pero que al mismo tiempo no hay nada ni nadie mejor que yo. 
Detrás mío alguien levanta la mano y desata una cadena de sucesos insoportables. 
Hoy camine tres cuadras bajo la lluvia porque no puedo hacer resúmenes de la facultad si no es con birome azul.
A veces me gustaría dejar de hacer tantas pelotudeces.
Súbitamente me sobreviene una hipersensibilidad y vuelvo a llorar cuando escucho un trueno. Y me parece trágico estar llorando. Me parece trágica mi estupidez. 
De vez en cuando me deleito autocompadeciéndome, jactándome de mi desgracia ¡ah, queridísima victimización! Que delicioso es llorar en público y a los gritos. Que preciosura sollozar frente a decenas de personas, viajando en un vagón de subte. Es ciertamente liberador. ¡Mírenme! ¡Miren que triste estoy! ¡Cuidado que puedo tirarme a las vías y hacerlos llegar tarde! Más les vale ofrecerme una carilina. Hace unos días se me acerco un hombre y me dio el número de un pastor evangelista que iba a ayudarme a encontrar mi camino. Una vez una mujer que iba leyendo la biografía de Frida Kahlo me agarró de la mano y me regaló un señalador con una frase de autoayuda. Un chico se sentó en el piso conmigo y se quedó en silencio hasta que me bajé en Villa Urquiza. 
¿Qué es lo que lleva a la gente a llorar en lugares repletos de personas?
Es que si llorás sólo, encerrado en tu cuarto o recluido en vos mismo, es como el árbol que se cae en medio del bosque sin que nadie lo escuche ¿hace o no hace ruido al caer?
Supongo que lo que me lleva a llorar en público es la necesidad de que alguien escuche como vuelvo a caer, una y otra vez.