lunes, 29 de agosto de 2016

écrire

¿Por qué escribimos?
Sin dudas las respuestas serán de una variedad inconmensurable. Quien escribe tiene sus razones aunque, tal vez, no las haya meditado con detenimiento. Entonces, mejor ¿por qué escribo yo?

Anoche, con medio cuerpo metido en la cama, una taza de té de manzanilla y rosa mosqueta en la mano y al frente de Juan, en medio de una conversación de domingo pre-rutina, dejé escapar un "si no escribo me muero". Si no escribo me muero. Me siento desaparecer, mi mente se desordena y siento que se pierde. Sin mi mente no puedo ser. Curioso es que no logro escribir algo que valga la pena hace ya bastante rato (la disgresión dominguera venía por ese lado), la espontaneidad se me cuela por los huequitos de las manos: siento que no puedo. Me siento frente al papel y termino llenándolo de listas "cosas que tengo para hacer", "cosas que he hecho", "cosas que tal vez haga". De hilar una idea ni hablar. Me obligué a escribir todos los lunes pequeñas reseñitas de artículos, libros, escribí un pseudo diario. No me gustó nada de lo que escribí. Un día de profunda desesperación y al borde de un nuevo ataque de pánico logré parir un poema que releeo una y otra vez como la única producción potable de los últimos meses. No se lo mostré a nadie. Vengo leyendo vorazmente, por primera vez más de que cuando tenía 12. Pero no me salen las palabras.
¿Cómo enfrentarme al no poder? Al mismo tiempo, no puedo parar de escribir. Detesto lo que escribo, pero escribo. Nulla dies sine linea. Siempre algo, una palabra, una frase perdida en medio de algún mail. Algo tengo que escribir.
Hoy, mientras revisaba artículos que tenía sin leer, me crucé con uno sobre María Zambrano, mujer que francamente no conocía, la habré escuchado alguna vez mezclada en alguna conversación sobre Ortega y Gasset o tal vez el recuerdo de la anécdota de cuando fue dada por muerta aún en su infancia se me hizo familiar, pero a decir verdad no había leído nada de su autoría. En "Hacia un saber sobre el alma" escribe:

"Hay en el escribir siempre un retener las palabras, como en el hablar hay un soltarlas, un desprenderse de ellas, que puede ser un ir desprendiéndose ellas de nosotros. Al escribir se retienen las palabras, se hacen propias, sujetas a ritmo, selladas por el dominio humano de quien así las maneja. Y esto, independientemente de que el escritor se preocupe de las palabras y con plena conciencia las elija y coloque en un orden racional, esto es, sabido. Lejos de ello, basta con ser escritor, con escribir por esta íntima necesidad de librarse de las palabras, de vencer en su totalidad la derrota sufrida, para que esta retención de las palabras se verifique. Esta voluntad de retención se encuentra ya al principio, en la raíz del acto mismo de escribir y permanentemente le acompaña. Las palabras van así cayendo, precisas, en un proceso de reconciliación del hombre que las suelta reteniéndolas, de quien las dice en comedida generosidad."


¿Estaré reteniendo o soltando? ¿Escribo como si hablara?
Tal vez, solo tal vez, sea momento de reconciliarme.

viernes, 26 de agosto de 2016

Alguna vez hizo frío

un montón de papeles apilados
en la mesa
un desorden desbordante
manos frías
la carta que te escribí
el recuerdo de ir llenando los renglones
el resultado a la vista:
medio corazón 
en la mesa.

no puedo ir al baño muy abrigada
suelo temblar sobre el inodoro
hoy hace frío
me deleito enormemente al comentar
"hoy es el día más frío del año"
día tras día...
¿que haré este invierno
cuando ya no haya un día más frío?
es que no entendés,
son mañas.
me gusta hablar del clima en los ascensores,
me gusta la irrelevancia.

estoy mareada
no estoy ni triste
la tristeza termina siendo ese lugar seguro
donde uno siempre encaja.
hoy ni eso
¿me calentás un poquito las manos?
dejame que las meta abajo de tus axilas
mis axilas ya están muy frías 
dale dejame
que forro.

hago un bollito de papel
con una hoja recién impresa
ni idea, pero siempre me sale mal la primera impresión
o la fecha
o algún nombre
o un margen de más
cosas de la burocracia
que acrecientan cada vez más mi pila de hojas-borrador
y me hacen reflexionar sobre las primeras impresiones
¿también me saldrán mal las otras primeras impresiones?
el teclado está frío
tengo que frenar cada diez segundos
y meter las manos entre mis piernas
me estoy congelando

lunes, 8 de agosto de 2016

no sé

Quizás la respuesta sea que no sé cómo reaccionar ante ciertas circunstancias. Eso me solucionaría un par de problemas. La cosa es que detesto el "no sé", detesto verlo como un refugio, uno demasiado fácil, el "no sé" está siempre ahí, a la mano, para salvarte de jugártela de una buena vez. Un problema más: digo "no sé" muchísimo, no puedo evitarlo, apenas pronuncio las dos palabritas o toco las teclas que las forman me arrepiento. Dale, nena ¿otra vez te tirás a lo fácil?
En realidad el problema no es no saber, el problema es saber y decir que no sabes. El "no sé" genuino sólo me hiere un poco el orgullo, pero el "no sé" mentiroso me avergüenza, me hace entrar en un espiral de "no sés" del cual no puedo salir. Es insoportable. Termino hasta creyéndome que no sé. Pero si sé. Y el interlocutor sabe que sé, porque parte del "no sé" cuando sí sé se expresa en yo demostrando que mi "no sé" es falso. Y me desespera cuando el interlocutor no me hace saber que sabe que en realidad sí sé, porque mis esfuerzos para salir del "no sé" simplemente se basan en ser muy obvia, para que me digan "ey, si sabés" y poder decir "es verdad, sí sé". Es parte del espiral, no me juzguen.
En fin, igualmente la cosa no iba por ahí. No sé cómo me las ingenio para terminar hablando de cualquier verdura (guiño al interlocutor).