lunes, 2 de marzo de 2015

Cocinar

No sé cómo sucedió, pero de repente me costaba horrores pararme en la cocina.
Me encantaba cocinar para otros, y mi soledad se había trasladado a casi todo ámbito de mi existencia.
Un aluvión de papelitos del delivery cubría enteramente la heladera vacía (por dentro). Bueno, no del todo vacía, un par de botellas de agua y un viejo limón partido al medio ocupaban los estantes. No me atrevía a tirarlo. Era seductor, ahí, con ese amarillo gastado y achicharrado por el paso del tiempo. Por un lado sabía que no lo iba a usar nunca, pero en mi cabeza le daba cierta sensación de completo al asunto. Me veía reflejada en él: amarilla y vieja y sola y a la mitad, y no me hubiese gustado que a mí me tiraran a la basura dejándome a la suerte de algún muchacho recolector.
Aún así, me negaba a darle compañía, como también me la negaba, en parte, a mí misma.
¿Quién diría que iba a encontrar una analogía en un medio limón encerrado en un gigantesco electrodoméstico?
De todos modos, mis fideos con tuco no tenían el mismo gusto cuando los comía en silencio mirando a la pared.
Creo que el comer (y, con eso, el cocinar) tiene un sentido mucho más profundo que alimentar al cuerpo. El ritual de prender la hornalla y enfrentarme a una tabla de picar, era para mí como bailar. Nunca fui muy coordinada de todos modos, y en la cocina me volvía más torpe y atolondrada que sobre el escenario, pero no por eso la cocina me parecía un escenario menos encantador. Creo que también me ponía más perceptiva, como si los ruidos, movimientos y sentimientos se acrecentaran a mi alrededor, y por eso cuando cocinaba me percataba mucho más de lo que los demás me estaban pidiendo, en silencio.
No voy a decir que era buena cocinando (porque definitivamente sería una mentira) pero sí voy a aceptar que me maravillaba hacerlo. Era una forma realmente sincera de expresar lo que sentía, de decirle a los demás cuánto me importaban y cuánto quería que algo nacido de mis propias manos los deleitara.
Vuelvo a repetir, no se cómo sucedió pero de repente un día me empezó a costar horrores pararme en la cocina grande, vacía y con una heladera inútil.
¿Qué me habría llevado hasta ese punto?
¿Por qué de pronto me asustaba no complacer?
Y la pregunta qué más me aterraba: ¿Por qué tenía tanto miedo de cocinar para mí misma?

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