lunes, 29 de diciembre de 2014

Diez

Te largan a jugar. Asi, sin experiencia y con las piernas flacas como dos chorros de soda. No te ponen presión, pero no escupas para arriba, que te va a llegar solita.
Jugas, jugas y creces. Te reis, tropezas y te golpeas mil veces la cabeza. Conoces compañeros, amigos, amores y desamores. Te peleas con amigos, conoces nuevos, o no tan amigos, que te tiran un caño cuando te descuidas.
Es así, nene, no te enamores de nada. Sabes por qué? Porque en algún momento te van a dar el 10, brilloso y luciendo en tu espalda, no para darte prestigio, sino a modo de blanco, para que te lleguen todas las patadas a vos.
Y es en ese momento cuando, aun siendo el más guapo de todos, vas a tener ganas de llorar.
Mil veces me dijeron que era distinto. Incluso, ayer, en la cena, mi abuela me dijo que la asustaba, que parecía de cuarenta años. Es una casualidad? No, che, no es una casualidad. A mí me pusieron a jugar cuando era un nenito, y aprendí cosas que otros aprenden mas tarde. No me enorgullezco de eso, porque tengo pocos amigos, pocos amores y soy demasiado crudo para decir las cosas. Y no solo eso, sino que ante cualquier problema de dos, de tres o de cinco, la pelota me la pasan siempre a mi, y esperan que tire algún lujo y terminemos, al menos, empatando.
Me parece que esta vez me quedo grande la camiseta. O el partido es muy difícil, quizá.
Pero no voy a negar que tengo ganas de sentarme a llorar un poco, y mirar todas las cosas que me perdí por ser grande antes de tiempo.
Los quiero un montón, pero hay cosas que no van a volver. Y de hoy en mas, hay cosas que no van a poder comprarle al enano. Partidos de futbol, de play, o días de campo. A mí no me deben nada, ni al mediano.
No quiero jugar más. Acá les dejo la camiseta. Me retiro a los veintiuno y no sé qué voy a hacer con nada más.
No me esperen al brindis, no me esperen en la costa. Cuelgo los botines.
No es necesario que, de un plumazo, te borren la sonrisa del que había sido el mejor año de tu vida. Y a vos, canoso, no tengo que reprocharte nada. Sos y vas a ser el diez que quiero igualar, hoy y siempre.
(Quizá vaya a brindar con mi familia numerosa, que me afanaron con los años).
Si, amo las familias numerosas, los asados domingueros y los primos que son amigos.
Yo pase los fines de semana “jugando” y no conoci esas canchas. Que le voy a hacer.
Dejame, dejame asi. Si siempre dijeron que estaba loco.

Y no, no estoy loco, ni voy a estarlo. Pero soy una bomba de tiempo, un diez que soluciono partidos un montón de veces y que hoy esta tan triste que no quiere pisar un césped nunca más.

GS

domingo, 28 de diciembre de 2014

Los rayos cayendo de un cielo encapotado

Diciembre era su mes menos preferido para ir a verla y tenía varias razones para que así fuera, el paso de los años había hecho que se de cuenta de eso, pero también había hecho que esas razones fueran variando, a veces disminuyendo hasta casi desaparecer y otras aumentando inquietantemente. Nunca había encontrado, sin embargo, una razón lo suficientemente fuerte para dejar de ir. Y la verdad es que se sentía más en casa allí que en su diminuto departamento, allí ya lo conocían, y, principalmente, ella lo hacia sentir en casa, ella era su hogar.
Había pasado ya el momento en el que se preguntaba hora tras hora por qué el destino había obrado de esa manera, los años habían hecho que, de cierta manera, lo aceptara. Tenía claro que aceptar no era lo mismo que olvidar ¿cómo iba a olvidarla?
El día después de Navidad siempre era el peor. Sentía una ironía indescriptible. Todo se llenaba de flores, cartas, gente... Y si bien él sabía que era bueno, sentía que era una hipocresía que esas familias, ausentes todo el año, aparecieran justo ese día.
Le dolía el olvido, sufría por los otros, pero, también en parte, por ella y por él. Tenía claro que en cualquier momento él tampoco iba a estar y entonces ¿los alcanzaría a ellos también el olvido?
Estaba sentado en el banco. Mirándola. Se escuchaba el bullicio de la gente mezclado con la musiquita de las tarjetas navideñas repitiéndose sin cesar. Ella siempre tenía flores, se lo merecía. Se había prometido a sí mismo que nunca iba a dejar de ir a verla y que nunca le iban a faltar flores. Y por 32 años había mantenido su promesa. A veces, en sus largas horas de reflexión, seguía preguntándose si había hecho bien en elegir ese lugar para ella, nunca habían tenido ocasión para planificar aquello que parecía tan lejano, nunca hubiese imaginado que ella se iba a apagar así, una noche, entre sus brazos, sin un por qué.
Había aprendido a alejar el sentimiento de culpa y a transformar el dolor en algo positivo. No podía negar que era feliz. La gente solía preguntarle por qué no se había casado de nuevo, él nunca sintió la necesidad. Se había enamorado y seguía enamorado, aunque se rieran o lo miraran con pena cuando lo decía. Diciembre era una de las pocas cosas que lo hacían indignarse, y hasta estaba orgulloso de eso.
Miró el nicho de al lado. Uno de los pocos que seguían, aún en Navidad, sin flores. Como era costumbre, separo unas cuantas del ramo que había llevado y las puso en su macetero. Era una de esas lápidas protegidas por una reja, no las entendía; el cuerpo no iba a ir a ningún lado, no necesitaba una reja. Lo curioso era que recordaba haber pensado exactamente lo mismo el día en que la habían puesto. Era Noviembre y llovía, casi nunca llueve, y la reciente viuda estaba sola. Nadie más la acompañaba. Él estaba sentado allí, en el mismo banco,18 años atrás, no había lluvia que impidiera que cumpla con su promesa. Ella se sentó al lado y él le dio su paraguas. Sintió ganas de abrazarla y de decirle eso de que el tiempo va sanando las heridas, aunque fuese mentira, aunque quizás eso funcione para algunos, que necesitan el remedio del tiempo, pero no para otros que tienen heridas más profundas. Pero el silencio dijo más y prefirió que sea de ese modo. Cuando la lluvia paró un poco, se levantó, cerró la reja de la lápida y se fue. Fue la última vez que vio esa tumba con flores, bueno, exceptuando las veces que él mismo las ponía. Sentía que era más sincero que desapareciera definitivamente y no volviera, ni siquiera, para Navidad.
Había tenido tiempo para imaginar la historia de la misteriosa pareja, era de las pocas historias que nadie conocía en el Cementerio y que le obsesionaba saber. El pasar tanto tiempo ahí había hecho que se relacionara con los más diversos personajes y había entre ellos algo parecido a la amistad. No hablaban mucho, pero las pocas palabras que se decían en cada encuentro iban narrando historias y poco a poco reconstruyendo vidas. Otra razón por la que no le gustaba Diciembre: ese código no escrito de hablar poco era sistemáticamente violado.
"Hola Don Lucho, feliz Navidad" lo saludó el jardinero mientras tiraba baldes y baldes de agua para que no se secara el pasto, era verdad que no llovía casi nunca, pero hoy se veían en el cielo algunas nubes amenazantes. La lluvia lo transportaba inmediatamente a la tarde de noviembre de 18 años atrás. Hizo memoria y no pudo acordarse de otro día en que la lluvia lo hubiese alcanzado en su banco ¿podría ser posible?
Lentamente los recovecos del cementerio se fueron vaciando, mientras el cielo seguía llenándose de nubes, iba a oscurecer bastante más temprano. Comenzó a despedirse cuando la primera gota lo mojó y tal vez fueron sus pensamientos los que no dejaron que escuche que alguien se había acercado a él, hasta que, tímidamente, ese alguien le ofreció su paraguas.

sábado, 20 de diciembre de 2014

(Des)encuentros

Todo empezó desde antes de que me suba al colectivo: El equipaje se dejaba en un lugar distinto de donde se sube.
Tenía el asiento 33. Me gustaba el numero. Me gusta el tres y dos tres juntitos forman un ocho que es otro numero que me encanta.
En la fila para despachar el equipaje no sé cómo, porque uno nunca sabe cómo, empecé a hablar con una mujer. Tampoco sé cómo, pero terminó contándome una parte importante de su vida mientras esperábamos. Viaja con sus dos hijas: Sol y Ángeles.
Yo estaba muy emocionada. Además de todo lo que el viaje significaba, mi mamá y mis hermanas se subirían al mismo colectivo que yo en Jujuy, y terminaríamos el viaje hasta Lima juntas. Es decir, los asientos que ellas iban a ocupar iban a ir vacíos hasta Jujuy. Los pasajes se vendían completos, de Buenos Aires a Lima, no por tramos.
En la fila, yo seguía escuchando porciones de la vida de Lucía, hasta que no me resistí y le pregunté qué asiento tenía: " 34, 35 y 36" me dijo. Me quedé congelada: esos eran los asientos de mi mamá y hermanas. Estaba segura. Igual, agarré el teléfono inmediatamente y llamé a mamá para preguntarle. Me lo confirmó. Y ahí empezó el "¿qué habrá pasado?". Pasaron los minutos y subimos al colectivo. Apagué el teléfono para ahorrar batería. Le mandé a mamá "a las tres te llamo" (otra vez el tres).
Me senté al lado de Sol. Lucia me agradecía a mi y a Dios "por haberme mandado". Creo que es muy creyente. Y creo también que tenía mucho miedo de quién iba a sentarse al lado de su hija de siete años.
Sol es una de las nenas mas inteligentes que conocí, pero es insoportablemente inquieta. En lo que va del viaje no pegó un ojo y tuve que rogarle que me deje dormir un ratito. Quiere saber todo quiere saber qué estoy escribiendo, quiere saber de qué se trata el libro que estoy leyendo y me pide que le lea. Y me cuestiona. Tiene siete años y dice que ella no va a dormir en todo el viaje porque "alguien tiene que estar despierta vigilando". No entendió la película que pasaron por la tele minúscula del colectivo (Django) y me despertó para que le explicara. Nunca la ví.
Supuse que eran alrededor de las tres, no lo supe hasta que prendí el celular (debería tener un reloj y no vivir tan perdida).
Me entraron todos los mensajes de whatsapp, como diez de la conversación de mamá. Leí rápido y básicamente el colectivo en el que ellas iban a viajar no era el mismo en el que yo estoy viajando. Rápido, también, mi mente empezó a analizar todos los inconvenientes que eso traía, que la plata, que los dólares, que la incomunicación, que todo lo que asumía que iba a pasar mañana, en realidad no iba a suceder.
¿Qué era lo que había pasado?
Hace un tiempo sólo salía un colectivo a Perú, es más, creo que salía sólo uno por semana. Mi abuelo compró los pasajes desde Lima, uno tenía que salir de Buenos Aires, y los otros tres, de Jujuy. Supuestamente eran del mismo colectivo, pero algo pasó en el medio: por las fechas el mismo día salían TRES. Al comprar los pasajes asumimos que eran del mismo colectivo, pero no. Yo viajo en uno, ellas en otro.
Estamos en el parador, el wifi me permite actualizar. Me da un poco de vértigo todo esto. La última parada hasta quién sabe cuándo (bueno, si preguntara sabría cuándo).
En fin, me esperan alrededor de 65 horas más de viaje sola. O bueno, con Sol, Ángeles y Lucía.

jueves, 18 de diciembre de 2014

De amor y de odio

Hace un tiempo que tenía ganas de escribir sobre esto. Sobre como me desvivo por ciertas cosas, pero al mismo tiempo detesto algunas versiones de esas mismas cosas. Como siempre, me cuesta poner en palabras lo que se me pasa por la cabeza, o siento que ya hay mucho escrito (y mucho mejor).
Pero me pasó algo.
Tengo mi bici desde Agosto, pero mi ya conocida dejadez, había hecho que en el transcurso de estos meses no me haya comprado una cadena y un candado para dejarla atada por ahí; así que sólo iba a lugares en donde sabía que podía dejarla y que esté segura. Conclusión: a la facultad seguía yendo caminando o en las bicis del Mauri.
Mi regalo de Navidad adelantado fue una cadena muy simpática, de esas que tienen el código de cuatro números (que por cierto no los elegís vos, tenés que aprenderte un código impuesto), así que por primera vez la saqué a todos lados, a la facultad, a hacer trámites al centro, al dentista, todo. Debo admitir que estoy contentísima.
A lo que voy es que hoy, en el camino a la facultad descubrí cuáles era mis cuadras favoritas del trayecto: las de la bajada empinadísima por Montevideo entre Alvear y Libertador. El viento en la cara, la velocidad, el probar hasta cuando puedo evitar apretar el freno, el que me miren mientras sonrío, y sonreírle a la gente, porque creo que puedo resumirlo todo en eso, las ganas que esas cuadras me dan de sonreír.
Cuando llegué al semáforo me pregunté cómo nunca, en todas las veces que había hecho ese camino, no le había dado bola a lo bien que me hacían sentir esos metros. Hice nota mental de escribir sobre eso.
Después del brindis y comida y abrazos y del miedo de que que esté lloviendo y tener que volver mojándome, agarré la bici, giré las perillitas para poner el código (que ya me aprendí de memoria) y emprendí la vuelta. Casi nunca ando en bici de noche, pero sinceramente hoy la noche está hermosa y bueno, mucha opción no tenía, de alguna forma me tenía que volver (con bici incluída).
Volví sobre mis propias huellas, cómo cambia todo con más o menos luz, eso es algo que no deja de maravillarme. Llegué al semáforo de Libertador, renovando la nota mental de escribir sobre esas cuadras tan lindas, pero había algo que no había tenido en cuenta, que no se me había pasado por la cabeza: la bajada, en el camino de vuelta, era subida.
Por más de que puse la bici en el cambio más liviano, sufrí los (largos) minutos que me tomó hacer esos metros que en bajada hacía en (breves) segundos.
Y en el resto del camino se me ocurrió que es una analogía muy buena para eso que tenía ganas de escribir hace rato. Las cuadras son las mismas, no hay (casi) nada que haya cambiado en las horas que separaron los dos eventos. Los árboles en las veredas son los mismos, la inclinación sigue siendo la misma, la bicisenda sigue dañada en los mismo lugares, el piso sigue estando pintado de amarillo. Nada de eso cambió, a lo sumo se habrá agradado un milímetro el pozo, o se habrá caído una rama de algún árbol, pero lo cierto es que lo que verdaderamente influye (o influyó) es mi situación.
Parece sencillísimo, me gusta la bajada porque disfruto de esa sensación de libertad, por así decirlo; y odié la subida porque (además de tener todo el cansancio del día encima) el esfuerzo que requiere es mucho mayor.
Se me nubla la cabeza y otra vez me está costando traducir pensamientos en palabras, pero creo que se entiende la idea, que amemos u odiemos las mismas cosas, depende de la situación particular en la que nos encontremos. No me explicaba cómo en un lapso de minutos podía pasar del amor al odio, pero creo que así como varían nuestros pensamientos, así cómo pasamos del calor al frío, del sueño a la hiperquinesia en instantes, así también podemos pasar del amor al odio. Sobre lo mismo. Que es lo mismo, pero al mismo tiempo es distinto, porque lo sentimos distinto.
Y también me pregunté si valía la pena, o el esfuerzo, mejor dicho.
Y la verdad es que sí.
Me gustan tanto esas cuadras de ida que de alguna manera voy a hacer que me guste también el regreso.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Escriba un título

Mate, balcón, 4 horas de sueño, emoción.
Uñas recién pintadas, cumbia, sol, ansiedad.
Mañana, sueño, palomas cagándome el balcón, calor.
Vientito, un "shhh", me duele un ojo, nervios.
Sonidito de las notificaciones, compu, celu, tablet, enojo.
Pucho, bajo la música, bostezo, me hace ruido la panza.
¿Es temprano para almorzar?
Se me enfría el agua.
Se nubla.
Se van las palomas.
Silencio.
Otro mediodía más.



miércoles, 10 de diciembre de 2014

María Algo

Me gustaría que todos naciéramos sabiendo escribir nuestros nombres. O mejor, que lo primero que escribamos sea, mediante ese acto, la forma en que se nos va a llamar por el resto de nuestra vida.
Imaginate, ahí, en el momento en el que te sacan de la connnncha de tu madre, te cuentan los dedos y te dan un lápiz y un papel para que escribas lo que sea, y que ese "lo que sea" sea tu nombre. Tu primera voluntad. A todos parece obsesionarles la última voluntad, pero ¿y la primera?
Estaría buenisimo.
Además no tendríamos todos estos nombres iguales y aburridos, y sería tu nombre porque vos lo elegiste en serio y no porque "Sofía" o "Ignacio" estaban de moda (con mi debido respeto a las Sofías y a los Ignacios, que son muchísimos).
Y a eso sumale la boludez del segundo nombre... o del primero. Las "María Algo" somos las peores. Somos millones, todas se llaman "María Algo". Es terrible ¿cuál es la necesidad?
Llamarte María solo debe estar buenísimo. Los sacas del molde al todos. "Me llamo María", "¿María qué?", "Nada, María, sólo María". Pero creo que no conozco ni a una sóla Maria y punto. Capaz que ni existen, o a nadie se le ocurrió esa genial idea.
Si alguna vez tengo hijos, creo que la decisión más difícil va a ser elegir cómo se van a llamar. Es una responsabilidad gigante (bueno, tener hijos debe estar lleno de responsabilidades, qué miedo).
Supongo que los miraré y veré cara de qué tienen. No creo que ningún bebé tenga cara de Roberto o de Rosa, tendrían que nacer con bigotes directamente.
Quizás elija el nombre que esté de moda, así les doy una razón más para caerles mal.
A mí me hubiese gustado que me digan NN hasta que yo pudiera autonombrarme. Si hubiese sido así seguro tendría un nombre divertidísimo  y genial, y no sería una María Algo.
María Algo de 20 años fijándose en estas banalidades.
María Algo que estudia derecho y sabe que lo que importa al final es el apellido.
María Algo que sigue esperando que alguien se interese por saber qué se esconde en ese algo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La Princesa

Era una mezcla de sensaciones. Estaba cansada, con frío y segura de estar a punto de enfermarme. Encima, se me había ocurrido ir en bici. Iba en el tren, hacía rato que no me subía a ninguno, menos a ese. Habían cambiado los vagones: recién pintados y todos con aire acondicionado. Con lo que me dolía la garganta ese día hubiese agradecido viajar en uno de los vagones viejos. En fin, siempre encuentro algo de lo que quejarme.
Iba apoyada contra una de las paredes, medio despierta y medio dormida. No era un viaje largo, para nada, pero sí había sido un día largo.
No me acuerdo (ni creo que me acuerde) en que estaba pensando, cuando un hombre del vagón empezó a preguntar a los gritos si alguien tenía un fibrón.
"Uh, este está en pedo" pensé (ahí sí me acuerdo lo que pensé).
Caminaba por todo el vagón, preguntando persona por persona si alguien tenía un bendito fibrón. Y no, nadie tenía.
Sólo ahí noté, que además de los gritos del hombre haciendo su ya conocido pedido y la cumbia que salía de los parlantes del celular de algún otro pasajero, también resonaba en mis oídos el llanto de una nena. La mamá desesperada intentando hacerla callar y el papá mirando sin saber qué hacer. Y los demás pasajeros con cara de incómodos. Y el hombre pidiendo el fibrón.
No lo consiguió nunca, pero alguien le alcanzó un birome y él, apuradísimo se dispuso a escribir en una de las paredes inmaculadas del vagón nuevo.
"¿Que mierda está haciendo este?" dije medio en voz baja, Sí, no me atrevía a decirselo de frente, pero me indignaba que "arruinara" así el tren. Una vez que uno escribe, ya empiezan a escribir todos, y así las paredes que ese día estaban tan pulcras, la próxima vez que me tomara el tren (según lo que yo pensaba) iban a estar cubiertas de inscripciones.
El vagón entero trataba de descifrar qué era lo que estaba escribiendo. Remarcaba letra por letra, para que se notara (con el fibrón no hubiese sido necesario) y no sé si en verdad la cumbia se había apagado, la nena había dejado de llorar y la madre de animarla, pero puedo asegurar que había un silencio sepulcral. Sentía tensión, era obvio que no era yo la única a la que le molestaba lo que estaba haciendo el hombre, pero nadie decía nada.
Me acerqué un poco más, para ver qué era lo que estaba escribiendo, y me sorprendió leer "La Princesa", mientras él seguía remarcando afanosamente las letras.
Cuando consideró que era suficiente, se alejó un poco, cómo para admirar mejor su obra, se dio vuelta, miró a la nena (que sí, seguía llorando) y le dijo "Este vagón es tuyo ahora, no llores más. Mirá, dice "La Princesa", vos sos la princesa".
No sé si la nena habrá entendido lo que le dijo, pero sus padres sí, así como todos los demás en el vagón.
El silencio seguía, se abrieron las puertas en Flores y él se bajó. Y todos nosotros nos quedamos en el vagón de La Princesa, que ahora sí, había dejado de llorar.

jueves, 27 de noviembre de 2014

La exagerada

Sabes cuál es mi problema? Siento mucho.
Es lindo y al mismo tiempo desesperante sentir que lo que sentís te queda grande.
Dejar todo sintiendo, bueno, malo, sin intenciones.
Miedo, olvido, decisión, amor, tristeza, emoción, decepción, alegría, impotencia.
Y el problema es que agrando todo, lo siento al máximo, y me agoto.
Quieren que viva una vida sin preocupaciones pero ¿cómo hacerlo si disfruto el sentir?

lunes, 10 de noviembre de 2014

Árbol

Bajo el cielo azul,
sobre la alfombra celeste,
suspendido entre cielo y tierra
¿o dos cielos?

Pequeño Edén, inventado,
entre ramas retorcidas.
Gran respiro, necesario,
entre calles conocidas.

Pinceladas en las veredas, 
pasos secretos,
miradas escondidas
¿dónde empieza?
¿dónde termina?

Tenue y volátil,
adivino.
Camino hasta el piso,
¿o baile, imagino?


martes, 4 de noviembre de 2014

Coincidamos

Una serie de cosas que me pasaron estos últimos días me llevaron a pensar y replantearme una frase que repetía casi sin saber que significaba: "no creo en las coincidencias".

Cito a la RAE. 
Coincidencia: "acción y efecto de coincidir". 
Coincidir: "suceder dos hechos al mismo tiempo y por casualidad". 
Casualidad "combinación de circunstancias que no se pueden prever o evitar". 
En conclusión, si no me estoy equivocando, una coincidencia sería algo así como "la acción y efecto de la sucesión de dos hechos al mismo tiempo en una combinación de circunstancias que no se pueden prever o evitar".

Dejemos que nos alcancen más las casualidades. 
Dejemos de tratar de prever o evitar.
Y coincidamos más.

Por algo será, y tal vez ese "algo" hoy no importe.

"Time's we're swallowed up

In space we're here a million miles away"


domingo, 2 de noviembre de 2014

Nuestros Domingos

Habían pasado varios cambios de estaciones. El primero fue de verano a otoño. Con cada uno de estos cambios llegaba una nueva razón para decidir que estaban enamorados. Si, digo decidir. Creo que muchas veces uno se fuerza a sentir algo por el otro, a enamorarse de algún rasgo, costumbre, pensamiento. Así su amor se renovaba cada tres meses (igual que los respectivos cepillos de dientes en la casa del otro) y así, como por costumbre, una inédita razón surgía.
El primer invierno habían sido los pies calientes de ella y la nueva obsesión de él por el té en hebras, la tercera primavera, las largas mañanas acostados en el pasto al sol, mientras ella le leía algún clásico y él le trenzaba el pelo (caóticamente). 
Sus días transcurrían en paz, salpicados con algun que otro encontronazo, pero nunca nada grave. Pronto los cuatro cepillos de dientes se transformaron en sólo dos y el "¿para cuándo el casamiento?" se hacía más frecuente. Es que los dos estaban casi terminando sus carreras y trabajaban hace rato. Era lógico casarse, pensaban. 
Cuando uno tiene que justificarse, es mejor no hacer las cosas, y cuándo en medio de la cena él, cual protagonista de comedia romántica, se arrodilló para pedirle que sea su esposa, sintió vértigo. 
Vivimos dudando, de eso si que no hay duda, pero hay decisiones que dan más miedo que otras, era claro que no podía decir que no en ese momento, no con toda la gente expectante y los ojos de él mirándola de esa manera, no con el mozo parado ahí, sosteniendo la botella de champagne para descorchar, no después de haberle insinuado durante tres meses que quería casarse. Pero el mundo se hace inmenso cuando uno tiene que optar. Y aunque sintiera que el tiempo se había detenido, lo cierto es que una respuesta tenía que salir de su boca, y cuanto antes. 
Y dijo que sí, aunque era una pregunta, no había opción de respuesta, por lo menos eso creía.
Ese cambio de estación se olvidaron de inventar alguna nueva razón para justificar su amor: los preparativos del casamiento eran suficientes. Nuevos trabajos, exámenes finales, reuniones con familia de cada rincón de la provincia: "ahora que nos vamos a casar tenes que conocer a la tía Rosa de Pergamino". Y así sus domingos, que antes eran sus días sagrados, para estar juntos de verdad, se transformaron en un remolino de viajes de horas en el auto, estaciones de servicio y asados con mesas larguísimas. Podría incluso decirse que entonces sí, el paso del invierno a la primavera había traído algo nuevo.
Un fin de semana de Octubre, en el que se habían agotado los tíos por conocer, y la lluvia torrencial no les dejaba mucha opción, se pasaron el sábado entero viendo películas. Sentían que había pasado una eternidad desde la última vez que se habían quedado todo el día en la casa, desde la última vez en que se habían contado las pequeñas anécdotas de la semana, desde la última vez en que el sueño los había sorprendido con esa mezcla rara de sensaciones que les quedaba después de ver una de terror y una romanticona seguidas.
Cuando abrió los ojos después de una dormida maratónica, afuera la tormenta seguía, y adentro había paz. El domingo era la mezcla perfecta del caos natural de la sudestada y la sorprendente calma de verlo dormir sonriendo. Hay momentos decisivos en la vida, y en ese momento las dudas desaparecieron. Cuando contaría la historia, años más tarde, no se cansaría de decir que ese fue el instante en el que se enamoró. No antes, no cuando le había llevado flores al laburo o cuando le recitó Neruda una noche en la terraza; no cuando le dio el primer beso o cuando lo vio llevándose tan bien con su viejo; ni siquiera cuando supo todo el trabajo que había hecho para pedirle casamiento cómo él creía que ella quería. No, todo eso había sido el proceso, el camino que la había llevado hasta ese segundo, metida en la cama, mirándolo, deleitándose con cada movimiento, con cada partícula de aire inhalada y exhalada, con él. Y con ella. Con su pequeño nosotros, con el cosmos de su habitación y el silbido del viento, con la película todavía repitiéndose en el televisor, con el pote de helado y la caja de pizza vacía, con el saber que habían encontrado, sin buscar, por primera vez, su costumbre de domingos de esos tres meses... O más.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Reticencia a los zapatos de verano

Curso a las siete de la mañana (encima por elección propia, qué masoquismo). Al principio del cuatrimestre, por Agosto, salía de mi casa y todavía era de noche. Quien me conoce un poco sabe que me encanta el invierno. Debo decir que, igualmente, me costaban esas mañanas, nada que no se solucionara con medio litro de café, borcegos y una gran bufanda.

Es sorprendente cómo con el pasar de los días comienza a amanecer más temprano; y hace una semana, sin darme cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo, cuando me desperté a las seis menos diez, ya entraba luz por la ventana.

El día se comienza distinto cuando te levantás y verdaderamente es de día, volví a disfrutar (en serio) de las caminatas hasta la Facultad, cuando no me levanto con el tiempo justo por quedarme "cinco-diez-quince" minutos más en la cama.

Últimamente, con el calor que está haciendo el único momento verdaderamente disfrutable del día es la mañana. El lunes había una atmósfera distinta, más gente en la calle, más saludos y menos caras de dormidos. Mis mañanas solían ser silenciosas, pero ese día sentí que había cambiado algo, hasta me animo a decir que escuché una risa o dos.

Ya casi llegando a la puerta de la Facultad, se me ocurrió mirar a la gente que caminaba cerca y comprobé que había llegado esa época que tan poco me gusta: la de los zapatos de verano.

Me vi rodeada de sandalias, ojotas, chatitas y otros horrorosos inventos que dejan más de la mitad de los pies al descubierto. No puedo evitar que me den la impresión de suciedad, están demasiado cerca del piso y muy al aire libre, a merced de tierra, agua, polvo y quién sabe qué más. Uñas de los pies semidespintadas, talones secos y venas muy marcadas entre múltiples defectos e imperfecciones más; pero debo decir que nada me causó tanto pero tanto horror, como mirar hacia abajo y ver, en mis propios pies, un par de zapatos de verano.

domingo, 19 de octubre de 2014

Descuidos emocionales

Su insoportable desorden (y descuido, también) hicieron que de una vez por todas se diera cuenta de lo que andaba mal en su vida: Al ver el polvo acumulado en el espejo del escritorio se puso a pensar en la cantidad de cosas que había dejado de lado, y en las que lentamente el polvo se iba depositando.
Decidió que su descuido no sólo era en cuanto a lo material, eso lo sabía hace rato, sino que sus relaciones cada vez se asemejaban más a la pila de platos sin lavar de la cocina.
No podía seguir esperando a que llegase un invitado para barrer debajo de la alfombra.
Se jactaba, pero al mismo tiempo quejaba, de lo poco duradero de sus vínculos, se decía un alma libre, pero hasta ese día no comprendía por qué las personas se le terminaban alejando (o por qué nunca había una planta viva en su balcón).
No fue fácil el golpe, el entender que en cuanto a los sentimientos nada es obvio, que las cosas hay que decirlas de frente, y, que el hacerlo, alimenta.
Tímidamente se propuso empezar a cambiarlo, lentamente ir desempolvando aquello que sentía que valía la pena, y, tras lo que sintió que fue una eternidad, marcó el número de teléfono.

martes, 14 de octubre de 2014

"Quizás, jamás, nunca más"

Negra la noche y nublada la mente.
¿Cuánto tiempo habrá pasado? No recordaba con claridad los rasgos de su cara. Lo recordaba irascible, recordaba la inmensa desazón. Se había olvidado del sonido de su voz, pero las palabras aún dolían al reproducirlas de nuevo en su mente.
Qué juegos locos los del recuerdo. Qué asombrosos los parámetros por los cuales ciertos momentos se borran, y otros son inolvidables por más de que lo intentemos incansablemente.
Tenía la sensación de que nunca le alcanzarían las horas de la noche para arrancárselo definitivamente del alma. Cientos de veces le habían repetido que el amor dolía, más aún el primero. Qué estúpido pensarlo así. ¿Qué clase de persona sería feliz sufriendo? ¿Qué idiota quisiera vivir amando?
Pero una vez más, caía en lo más recóndito de su propia mente, ahogándose en quizases, jamases, nunca mases... Y se olvidaba que también, cientos de veces le habían dicho que nunca dijera nunca.
Y la juventud y la alegría se le escapaban por los poros, siempre a la espera de aquel heroico nuevo amor que la despertara del sufrimiento del primer abandono. Cada vez se sentía más salvaje, sin darse cuenta de que cada segundo que pasaba la ataba más al pasado ¿Qué era lo que le había pasado? Sin pasado eso no le hubiese pasado... Se hundía, se revolvía en ella misma, sacando a relucir lo más dulce y amargo de su interior. Candente y fria. Amante fervorosa y gélida compañera. Podía ser todas, no cabía en su cabeza el rechazo... O el por qué del rechazo. Se acurrucaba en su propio regazo, nunca pudo encontrar tal consuelo en otro.
Y así, húmeda por las lágrimas y ronca por los sollozos, volvió a sumirse en aquella noche negra y esa mente nublada.

viernes, 10 de octubre de 2014

Manipulando palabras

Me resulta extraño, pero a la vez reconfortante descubrir lo versátiles que pueden ser las historias. Siempre lo dicen, es verdad: todo depende de quién te lo cuente.
Pero también depende de quién lo escuche.
Las historias, anécdotas, y demases las contamos para el otro. Dependiendo de quién sea el otro el cuentito se va encaminando para lados distintos.
Podemos ser la persona más interesante del mundo, o una historia al pasar...
Me dí cuenta de que aunque cuente mil veces la misma historia, siempre la cuento distinto.
Los diálogos son algo tan personal... No hay uno que se repita, no hay dos historias iguales...
Y qué mágico eso.
Nos dicen que no se pueden revivir los momentos, pero la verdad es que uno puede revivirlos tantas veces como quiera... O de la manera que quiera.
Revivirlos o vivirlos distinto.
Quizás la manera en que recordamos cierta situación sea incluso más importante que la situación en sí.
Quizás no importa si las cosas pasaron de una manera o de otra, sino que importa más cómo lo recordamos.
O cómo lo contamos.
O cómo le afecta al que se lo contamos.
Quizás haya cosas dando vueltas en nuestra cabeza que en realidad no pasaron nunca.
Quizás sean palabras manipuladas para crear recuerdos, o quizás tan solo un consuelo.

sábado, 27 de septiembre de 2014

La llave

Y un día aprendió que estaba bien darse esos gustos,
¿para qué reprimirse más?

El ocasional puchito, noches imprudentes.
Bailar como si nadie la estuviera viendo, pero sabiendo que la miraban.

Porque... ¿está mal que le guste que la miren?

Dejar que de vez en cuando las palabras salgan sin pensarlo, que el que las escuche sea el filtro.
No preocuparse por esos a los que les molestaba su libertad... porque ellos no podían lograrla.
Vivir.
Dejar de sobrevivir.
Porque de vez en cuando las malas influencias son buenas, por contradictorio que suene.
Porque por demasiado tiempo había vivido por otros.
Y porque hoy, al fin, tiene la llave.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Esquinas conflictivas

La ciudad estaba llena de esas. Esquinas de problemas, esquinas de desencuentros, esquinas conflictivas.
Y aunque sus deseos de volver a tenerlo se iban diluyendo entre noches de amores efímeros, el miedo de cruzarlo de nuevo en alguna de aquellas esquinas no desaparecía. Porque la realidad es esa: una vez que algo es, no desaparece.

Y no voy a ponerme a escribir sobre recuerdos, y cómo cada una de esas esquinas conflictivas le traían muchos, pero si puedo decir que últimamente le sorprendía como esa ciudad tan grande trataba de volver a juntarlos: En los lugares más insólitos encontraba rastros perdidos de él, y sabía que le pertenecían. Que eran de él para ella. Pero la posibilidad de reencontrarse estaba latente, una vuelta de tuerca del Universo y todo se concretaría. Y tenía miedo. Como cuando lo vio por primera vez. Como cuando no supo qué responder a esa sonrisa bailarina. Al fin y al cabo, ¿quién era ella para contradecir el rumbo de las cosas?

Y con el viento enredándosele en el pelo siguió así, con la inminente incertidumbre de que, al doblar en alguna de esas esquinas conflictivas, lo iba a volver a encontrar.

martes, 26 de agosto de 2014

La espera

nza.

Seguir creyendo que se puede,
sin que te tiren abajo de un hondazo la moral.
Vientos de cambio,
fuegos que no se van a apagar.
Aunque corra viento,
eso nos hace encendernos más.
Siempre más, y más grandes,
con la cabeza en las nubes,
pero los pies en la Tierra.
Sabemos qué somos,
a dónde vamos,
por quién peleamos.
Cuestionando...nos,
en movimiento, así vamos!

domingo, 24 de agosto de 2014

Milena...ria



Nació el primero de Enero del 2000, y entre el agobiante calor de la ciudad, rodeados de cotillón de Año Nuevo, helado de limón y sanguchitos de miga, sus viejos no tuvieron mejor idea que ponerle de nombre Milena.
Milena se reía de lo absurdo y original (y al mismo tiempo no tanto) de su nombre. A veces pensaba y se le ocurría que le hubiera gustado mucho más que sus padres le hubieran puesto "Milenia", así, con la "I" en el medio. Eso sí que era original.
Cumplir años un primero de Enero es distinto que cumplir años cualquier otro día del año. Muy poca gente se acordaba, y nunca pero nunca lo festejaba. Ese día lo único que se le pasa a la gente por la cabeza es decir "Feliz Año!" y tomar y comer y tomar y comer... ( A nadie se le ocurriría cantar el Feliz Cumpleaños frente a una torta con velitas de números).
Pero Milena estaba acostumbrada, por lo menos siempre los últimos dígitos de los adornos que llenaban cada rincón de la ciudad, coincidían con los años que ella cumplía, y para ser sinceros, había aprendido a encontrar algo placentero en ello.
Desde chica le gustaba pensar en el tiempo y en cómo unos instantes pueden significar grandes cambios. 
Milena solía preguntarse si se sentiría distinto haber nacido en otro milenio, aunque sólo hubiese sido por algunas horas. Ella nunca iba a vivir en otro milenio, ni siquiera habían muchas posibilidades de que conociera otro siglo (por dentro deseaba inmensamente poder vivir más de 100 años), y aunque la gente se reía de lo banal de sus reflexiones, a ella la abrumaban.
"Es normal que estas cosas te intriguen, todavía sos chica", solía escuchar, entendía que la gente pensara que con 14 años sus interrogantes no eran significativos, pero entendía también que estaban equivocados.
Milena no tenía miedo de estar orgullosa de ella misma, y de sentirse importante, diferente, especial... Y eso, paradojicamente, la hacia importante, diferente y especial.

viernes, 8 de agosto de 2014

Simple, noche

Salimos sin saber a dónde. Salimos a la deriva, sin ni siquiera un lugar donde dormir. Peligroso? Arriesgado. Pero siempre lo prohibido, lo peligroso nos resulta extrañamente tentador (y a quien no?). Corrimos muchos riesgos con el solo fin de calmar las ansias de rebeldía. "Que sería de la vida si no te arriesgas", le repetía cada vez que un "tengo miedo" asomaba por su boca. Era como si tuviera una inexplicable confianza a mi lado, como si creyera que si se mantenía cerca mio, las cosas iban a ir bien. Nos divertíamos a veces, y otras la cosa se tornaba un poco más aburrida y decidíamos volver a nuestras respectivas casas. Creo que recorrimos el mundo acompañandonos. Lugares a dónde nadie se le ocurría ir, ahí ibamos. Eramos rebeldes, pero siempre en secreto. Eso tambíen sumaba a los riesgos que corríamos. Y nos gustaba, eramos felices con esa sensación de "Nos van a descubrir" que inundaba nuestros cuerpos cuando parecía que algo iba a salir mal. Asi pasó algún tiempo de nuestras vidas, hasta que un día decidimos portarnos bien, madurar, dejar las épocas de locura atras. Y, entonces nos dejamos de ver. Pero esos recuerdos abundan en nuestras memorias, y mierda si tendremos historias locas que contar...

viernes, 1 de agosto de 2014

Manos.

Cada vez que conozco a alguien, me gusta fijarme en sus manos.
Me pasó de encontrarme con gente que decía que lo primero que mira son los ojos, que son lo que define a una persona. Incluso conocí a quien me dijo que tenía una obsesión por mirar los dientes, y que le servía para saber con que tipo de persona se iba a encontrar.
En fin, no miro las manos para "saber con que tipo de persona me voy a encontrar", sino porque me atraen. El pensar que hacemos casi todo con las manos...

Y me gusta imaginar, imaginar por qué te comés las uñas. De dónde sacaste ese hábito... Y si alguna vez te propusiste dejarlo.
Me gusta preguntarme también cómo fue que te hiciste esa cicatriz cerca de los nudillos, serás uno de esos que pelea (o peleaba)?
Me gusta perderme viendo como jugás con la birome entre los dedos y a decir verdad no entiendo por qué la agarrás así para escribir.
Me gustaría saber tu historia, si le decís birome a la birome, o sos de los que defienden a muerte que es una "lapicera".
Me gusta como ahora no paras de golpear la mesa siguiendo algún absurdo ritmo. Sos de manos inquietas.
Me pregunto si te das cuenta que te miro, que me llamas la atención.
Y veo tus manos cerca de tu boca, las veo mientras te restregás los ojos. Sueño o aburrimiento?
Me gusta cómo se mueven mientras hablás, explicando quién sabe qué. Yo estoy demasiado concentrada en otras cosas como para escuchar lo que decís.
Y no es falta de respeto, es abundancia de atracción.
Me causan risa tus intentos de abrir ese paquete. (Si te comés las uñas no te quejes de no tener cómo abrirlo!).
Me pregunto si pintarás, si tocarás algún instrumento, si sos zurdo o diestro. Y me río porque tengo que hacer la mimíca de que escribo para saber cuál es la derecha y cuál la izquierda.
Y también me gusta tu risa.
De qué tamaño serán tus manos al lado de las mías?
Me gusta seguir preguntándome cosas sobre vos. Tendrás la costumbre de hacerte sonar los dedos? (Ojalá que no, mi abuela dice que es de mal gusto).
Leerás? Te gustará sentir el papel en tus dedos? Eso en el dorso de la izquierda es una quemadura o una picadura?
Como siempre, termino perdida en banalidades.
Y me pone nerviosa sentir tu mano cerca de la mía. Tendrás manos frías o calientes? 
Me dan ganas de tocarte.
Y son calientes. 
Y me decís que las mías son frías.
Y sin saber cómo, somos caricias inexpertas.
Nos conocemos rozándonos.
Somos manos con personas, y no personas con manos.

miércoles, 30 de julio de 2014

Temblor.

"Era otoño. Atardecía y el sol le daba un tono aún más dorado a las hojas que caían lentamente, como un incesante río amarillo. Hacia un frío particular, a pesar del sol. Sus rayos se hacían cada vez más débiles y a la vez incómodos a la hora de elegir qué ponerte en días como ese. Ella estaba sentada en un banco de la plaza observando el particular paisaje. ¿Quién sabe? Quizás buscando inspiración o simplemente admirando el lugar. O quizás, tan sólo yo veía la hermosura de la escena. No estoy totalmente seguro de que todos los demás pudiesen ver lo que yo veía: Sus manos cruzadas, acariciando casi inconscientemente su pierna, sus grandes ojos verdes pensativos que invitaban a mirar lo que ella miraba. El sol bañando como a propósito sus cortos rulos castaños, el esbozo de sonrisa en sus finos labios, y las hojas... Las hojas eran lo que más me llamaban la atención. Perfectamente ordenadas a su alrededor y cayendo, cayendo, cayendo con un ritmo constante, con gracia y soltura, como apreciando caer a su lado, sobre ella.. Y yo vi todo. Vi como cerraba los ojos y tomaba una gran bocanada de aire, nutriéndose de lo maravilloso y simple que la rodeaba, cómo miraba hacia un lado y otro, impacientándose, cómo el sol se empezaba a perder y la plaza quedaba sumida en una ligera penumbra que daba la sensación de soledad. Vi también cómo se paraba y caminaba hacia mi, cómo su voz (que maravillosa voz) preguntaba la hora, y cómo, al recibir mi respuesta su gesto de felicidad desaparecía mientras murmuraba un "Gracias" dando media vuelta y alejándose lentamente, vi también cómo las hojas la seguían, cerrando su marcha y siguiéndole el ritmo, pero lo que vi con mayor claridad y lo que más recuerdo es la manera en que la vi girar en una esquina, perderse para siempre de mi vista, dejándome parado como esperándola, dejándome totalmente solo, con la oscuridad que me cubría por completo."

Se paró y salió de la confitería donde había leído ese fragmento publicado en el diario local, pasó por delante de la puerta vidriada y por un momento miró su reflejo ¿Cuánto tiempo había pasado desde ese día? Lo recordaba perfectamente… se había dejado crecer el pelo y un ligero bronceado empezaba a cubrir su piel. Sus ojos seguían igual de verdes y sus rulos igual de alborotados. Se acomodó el pañuelo alrededor del cuello y por fin salió a la vereda. No había vuelto a pisar la plaza desde ese día, una serie de decepciones y recuerdos dolorosos que no deseaba revivir habían hecho que bloquee aquel día y lugar de su mente, quizás fue eso lo que más le llamó la atención de lo que acababa de leer. No recordaba con exactitud lo ocurrido ese día y mucho menos la apariencia de ese hombre. Lo único que había quedado fuertemente afianzado en su cabeza era la hora: “ocho menos diez”. Lo había dicho así. Podría incluso imitar el tono de voz con que había pronunciado esa frase que sonaba cada vez más fuerte en su cabeza. Quizás, solo quizás, por eso, con una mezcla de miedo, confusión y asombro, dirigió sus pasos a la plaza. El corazón le latía más fuerte de lo normal, a decir verdad temblaba de nervios. Despacio, muy despacio fue a su banco, se sentó, cerró los ojos, tomo una gran bocanada de aire llenándose los pulmones del aroma primaveral que flotaba a su alrededor, se quedó muy quieta por un instante, hasta que una voz interrumpió sus pensamientos: “disculpa, ¿tenés hora?”

martes, 29 de julio de 2014

Frase revoltosa.

Hace días que una frase me está dando vueltas en la cabeza. Y no se dónde meterla. Pero ya no quiero que esté en mi cabeza. 

Quiero decirte, y creo que encontré la perfecta metáfora para contarte cómo me sentí siempre. 


Sos los ravioles con tuco de tu vieja, y yo... soy la que nunca pude hacerlos.

viernes, 25 de julio de 2014

17 meses

Hoy me puse a pensar en lo que era cuando apenas me mude a Capital. Me acuerdo del entusiasmo y las ganas que tenía. Pero también me acuerdo del miedo.
Algo que me caracteriza es el desapego. Siempre sentí que vaya a donde vaya iba a ser una extranjera, que nunca iba a pertenecer verdaderamente a ningún lugar. Quizás suene un poco duro que lo diga de esta manera, pero es así. En Jujuy nunca fui "de Jujuy", si vuelvo al lugar donde nací, tampoco me voy a sentir en casa: viví sólo mi primer año ahí.
Dicen que uno pertenece, o tiene su hogar donde esta la familia. Y yo me llevo preguntando toda mi vida qué es la familia. Para mi, los lazos de sangre cada vez significan menos. Están muy desvalorizados, no se sí será sólo en mi caso o es algo generalizado, la cosa es que estoy unida por sangre con gente con la cual no hablo hace años. Y no es un tema de enemistades, sino más bien, desintereses. Y ojo, no culpo sólo a los demás, siempre digo que una relación se hace de a dos, y yo tampoco hago mucho para recuperar ciertos vínculos.
Lo mismo pasa con las amistades. No voy a decir que viví en muchos lugares, porque la verdad es que la mayor parte de mi vida la pase en Jujuy. Pero si, que constantemente fui reconstruyendo relaciones. No es que crea que soy la única que lo hace, pero siento que mi caso en particular es un poco más extremo.
Hoy, a 17 meses de haber llegado a esta ciudad, siento que Buenos Aires es mi lugar. Por mis planes y proyectos acá, por todo lo que viví y me hizo vivir, por las personas maravillosas que tuve la suerte de conocer (o tener la oportunidad de reencontrarme). Pero sobretodo porque acá, más allá de no haber estado tanto tiempo, deje más de mi que en cualquier otro lugar. Y creo que el hogar es donde uno se reconoce a sí mismo, donde se puede ver reflejado.
Salí de la casa de mi vieja a los 18. Y sinceramente no creo que haya estado lista. Creo que nadie esta listo a esa edad para salir a defenderse solo en el mundo real. El arrojarme así, de cierta manera me obligo a crecer, pero también me fue definiendo (y me sigo definiendo todavía). Estuve muy perdida, como creo que es lógico que pase, pero hoy me siento encaminada, y más en casa que nunca. Y es loco, porque es la primera vez que me siento en casa.
No suelo admitir que me emociono, pero la verdad que estoy muy agradecida de como se dieron las cosas para mi este año. Estoy contenta de haber puesto mi cabeza y mi corazón en orden, y de dedicarle tiempo a lo que creo que lo merece, a mis convicciones. Y si en este momento se me escapa una lágrima es de orgullo y alegría, de gratitud.
Siempre me dio miedo el no saber que va a pasar, y una muestra de que hoy estoy en paz, es el que estoy contenta de no saber que me depara el futuro. De poder vivir libremente, con metas y objetivos, pero con mil maneras distintas de lograrlos. Algunas serán más largas, a veces tomaré atajos. Eso no es lo más importante. Y el haber llegado a comprenderlo me hace sentir bien.
Se que no acostumbro a escribir sobre mi tan crudamente como hoy lo estoy haciendo, pero a veces tengo que tomarme libertades. Cuando uno escribe siempre deja una parte de sí mismo (vivo repitiendo esto), pero hoy dejo algo más.
Espero, y estoy segura de que va a ser así, que dentro de algún tiempo voy a releer esto y me voy a ver de nuevo a mi misma escribiendo apurada mientras agradezco haber encontrado asiento libre en el subte y tratando de identificar si el olor que hay es a limón o a quien sabe que. Se que me voy a ver de nuevo a mi misma, a dos semanas de cumplir 20 años y con todo el miedo que tengo a eso, y espero haber crecido más todavía. Porque eso si, pase lo que pase, siempre creciendo, y sea como sea, siempre para adelante.
Ale.