domingo, 13 de marzo de 2016

El fin del fin de semana

Veo morir el sol a través de la ventana del tren que me arroja a la rutina cual Dasein arrojado al mundo. No es un atardecer bonito porque no está lleno de colores fotografiables y subibles a instagram ni aunque la saques con balance de blancos nublado. Es un atardecer cruel, frío, que nadie quiere mirar. La gente en el tren hace mucho ruido y yo leo un librito de Cucurto que me hace hacer mucho ruido. Cucurto que me dio un abrazo cumbiatero. "Eh gil, escribiste un texto que lo re traumó a Juan". "Y quien carajos es Juan pendeja?". "Qué mierda te importa viejo pelotudo". Y le tiro del pelo con canas asomándose como quien no quiere la cosa. Y el abrazo cumbiantero. 
Me río de lo absurdo para olvidarme un cachito de esa puesta de sol que me parte el alma. Cuánto más va a durar? Que sea de noche de una vez. Que sea mi casa de una vez. Quiero dejar de estar en esta vuelta interminable, en este eterno regresar, en este loop infinito de esperar que vuelva a ser fin de semana... Cómo mierda se bancan el domingo a las siete y media de la tarde? Gardel me taladra con otro volver. A que cosas queremos volver? (Al fin de semana, está claro).
Bajo del tren y ya es de noche y ya es Retiro. Siempre viajo en el primer vagón y termino amontonada entre cuerpos que no dan más por bajarse del tren para hacer pis, fumarse un pucho, correr a la parada del metrobus o morfarse un panchito cocinado en agua de dudosa procedencia aderezándolo con potes de mayonesa fermentaditos al sol que acaba de morirse. Yo corro al metrobus, el pibe de adelante mío revuelve el tacho de basura y saca un Olé, triunfante, y se pone a leerlo chocho de la vida. Logro sacarme un rato de la cabeza el tedio del regresar. Por cuántas cabezas estará transcurriendo este pensamiento? Es más terrible el domingo a la tardecita o el lunes a la mañana? De nuevo la oscilación entre el luchar y resignarse y los intentos desesperados de autoconvencerse de que queremos volver, de que es necesario volver. Dejo pasar primero al bondi a un señor que me grita desde arriba "GRACIAS NENA MUY AMABLE". No señor, gracias a usted, para servirlo, pase nomás, hágame el honor, suba, suba, suba. Cuánto más voy a intentar distraerme? Ya no hay sol para mirar y las fotos en instagram me aburren, el librito de Cucurto me lo terminé en un santiamén y ahora me revuelco en la cama mientras algún vecino escucha Buffalo Soldier. Cuesta mirarse a la cara con lo que uno no quiere aceptar. No es necesario volver. Vuelvo porque quiero. Podría no volver. Vuelvo porque lo elijo. Estas elecciones están totalmente embebidas de contingencia. Estudio esta carrera porque elijo, laburo en esto porque elijo, vivo acá porque elijo, viajo una hora en tren a las siete y media de la tarde porque elijo. Podría elegir todo de otro modo y sin embargo estoy aquí, mirando el fin del fin de semana quejándome por elección e intentando convencerme de que tal vez no exista tanta libertad ni tanta contingencia. Te dije. Cuesta mirarse a la cara cuando todo depende de uno (todo depende de uno?). Se me revuelven las contradicciones y los ravioles con tuco en la panza y no puedo evitar vomitar. Queda todo ahí. Ya no tengo que intentar conciliar ni convencerme. Lo veo muy clarito entre pedacitos de cebolla y morrón: al final lo que elijo no es lo "necesario" sino lo que aún así  creo que es lo más correcto. Elijo por mí y por todos, incluyéndolos dentro de mis patrones, mi visión. Sé que podría ser de otro modo y vuelvo a elegir esto. Ya no puedo mentirme. La voz de Bob Marley se pierde entre las enredaderas del balcón y todo se queda muy callado. Me hace ruido la panza. Tiro la cadena. Me pongo el despertador a las seis de la mañana.