viernes, 19 de junio de 2015

Pedacitos

Cuando te conocí eras tan sólo vos. Bueno, vos y todas las personas que en algún momento habían pasado por tu vida. Hasta las más efímeras. Hasta las que te habías cruzado en la calle, apurado y sin pensar. Eras un conjunto de almas, y cada vez que alguna te pasaba cerca, te dejaba un pedacito de ella. Y, entonces, cuando te conocí, todos esos pedazos, algunos grandes, otros más chicos, ya casi no te cabían en el cuerpo. Yo te veía a punto de explotar, y lo más gracioso (o inquietante), es que ni siquiera parecías notarlo. Ibas tranquilo, recopilando pedacitos a tu paso. En cualquier momento iban a comenzar a salirte por los poros.
Me dabas un poco de miedo. Quería aliviarte la carga, pero eso hubiese sido un acto de egoísmo. Te hubiese estado despojando de algo tuyo, porque todos esos fragmentos, ya eran parte de tu propia alma.
Nunca había visto algo así, y no podía dejar de mirarte, y de buscar entre toda esa mezcolanza, la partecita que yo te había dejado. En un acto de soberbia, comencé a buscarme entre los más grandes, los más notorios: me consideraba importante en tu vida y eso me alcanzaba para deducir que lo que yo te había dejado tenía un tamaño relativamente considerable. Me decepcioné crudamente al no encontrarme, herí mi propio orgullo, y, con la cabeza medio baja, empecé a inspeccionar los pedacitos más pequeños, los minúsculos, en los que (a decir verdad) me aterraba encontrarme.
Había de todo, eras tan transparente, me permitías mirar tan profundamente tu interior que había veces que dudaba que realmente ese fuese tu interior ¿Y si todos podían verte así? ¿Qué me hacía pensarme especial, única? Había algo que me lo decía. Pero no era algo comprobable, al menos no de las formas convencionalmente aceptadas. De todas maneras, el tener la oportunidad de mirarte, y no sólo con los ojos, me hacía feliz. Me hacía feliz, también el no encontrarme entre esos fragmentos que conformaban tu ser. Ese crisol, ese inexplicable suceso.
Yo sabía que vos si eras especial, en todas las variable posibles, y a mí, no me importaba no serlo. Quizás, el no verme en vos, significaba algo. Tal vez significaba que yo aún no había pasado por tu vida. Que no había pasado. Que lo que dejaría en vos se estaba gestando, lo estábamos formando. Quizás significaba que aún nos quedaba tiempo. Podría elaborar miles de hipótesis ad-hoc que dijeran lo que yo quería escuchar, que hicieran que mis deseos más profundos quedaran satisfechos, o explicados. Quizás debería dejar de buscar explicaciones para todo, pero quizás, también, lo que buscaba no eran explicaciones, sino razones. Tiene poco sentido, igualmente.
Lo cierto es que sentía que todavía tenía tiempo, y que podíamos hacer grandes cosas con ese tiempo.
Podía agradecerte, por dejarme mirar.
Podía contarte, que podía mirar.
O podía, mucho más lógica y sinceramente, aceptar que vos ya sabías que estaba mirando, que lo hacía con tu permiso y que, estabas dispuesto, también, a usar el tiempo.
Así que me quedé en silencio.
O, más bien, te dije todo, en medio de nuestros silencios.

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