domingo, 7 de junio de 2015

La playa IV

Y una tarde que no recuerdo con mucha alegría, me llegó la noticia. No está claro en mi cabeza si tuve tiempo de despedirme, si pudimos prometernos un reencuentro, pero lo cierto es que un día llegó el momento y Nico y su mamá se mudaron. No sólo de casa, no sólo de ciudad, sino también de provincia. No era consciente de los kilómetros que nos separarían, creo que en mi mente el concepto de lejanía aún no estaba arraigado.
Se me fueron sumando los años, con pocas inquietudes acerca de él. Lo tomaba como algo natural, un ciclo. No busqué noticias, tampoco es que era fácil encontrarlas en esos años, y poco a poco se fue esfumando. La distancia física se había convertido, sin que lo notara, en una distancia configurada, completa.
Se mezclan recuerdos de los primeros años de la secundaria, y no puedo hablar de mucho más que de mi vida. Mi yo de 5 años definitivamente no tenía casi nada que ver con le pequeñita mujer que estaba surgiendo es ese tiempo. No voy a idealizar, no voy a mentir diciendo que recordaba a Nico, porque claramente no fue así. Pasó a ser una de las tantas personas que habían formado parte de mi infancia. No mucho más que eso. Me acordaba de algunas anécdotas, pero no era algo continuo ni mucho menos. Ni que hablar de encontrarme imaginando qué sería de su vida, no recuerdo ni una vez que lo haya hecho. Simplemente pasó.
Mucha gente pasa en nuestras vidas, me abruma pensar o calcular cuántas personas me cruzo por día. Cuántas personas forman parte de mí, aunque sea ínfimamente. Cuántas personas me estoy "perdiendo" de conocer. ¿Qué sucedería si hablara con una de las tantas que me cruzo en un colectivo? ¿Cuánto tiempo me tomaría olvidarla? Si nos olvidamos de personas importantes ¿cómo no habríamos de olvidarnos de aquellas con las que tuvimos no más que fugaces encuentros? Y por último ¿la gente merece nuestro olvido?
Es claro que esta no iba a ser la excepción, el perder el hilo y divagar, al parecer, es una cualidad inherente en mí.
Cumplí 14 años y clavé la bandera de adolescente rebelde en mi cuarto (ahora mi universo no era mi manzana, se había recluído a las cuatro paredes de mi habitación), y cuando terminó el año y comenzaron las vacaciones, mamá decidió que necesitábamos darnos un respiro e irnos unas semanas de la ciudad.
Iba a conocer Brasil por primera vez. Iba, también, sin sospecharlo, a desenterrar recuerdos dormidos.


(volví)

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