martes, 7 de abril de 2015

La playa II

Seguramente los hechos estén desordenados, es que van brotando de mi mente, van saliendo como una acumulación, una vertiente de recuerdos inevitables. Suele suceder cuando los mantenés encerrados durante mucho tiempo. Siento, igualmente, que muchos de estos recuerdos están implantados en mí... ¿son las cosas cómo sucedieron o cómo las recordamos? Una mezcla de ambas, de cada vez que reconstruimos un acontecimiento en la cabeza. Por ejemplo, yo estoy absolutamente convencida de que alguna vez ví a Papa Noel, por ilógico que suene, y por ilógico que me parezca a mi misma. Yo puedo jurar que miré para el cielo una noche del 24 y vi pasar manchas de luces. El recuerdo está vivísimo en mi cabeza. Hay cosas que no quiero saber nunca, hay incertidumbres que me embelesan.
Pero otra vez me estoy yendo por las ramas, van a tener que tenerme paciencia, contar esta historia no es fácil para mi.
Volvimos, siempre volvíamos, y estábamos rodeados de cosas rotas, y no eramos los únicos con miedo, la cuadra entera estaba conmocionada, quizás fue en ese tiempo que le pedí a mamá un hamster (Jueves ya se había ido hace algún tiempo, a algún lugar) y a mi me gustaban los animales, mamá no quería perros y papá odiaba los gatos. Una tarde, apareció en casa una gata con muchos gatitos. La cuidamos a escondidas, hasta que nos descubrieron y nos ligamos el castigo de nuestras vidas por mentir. "¡Pero mamá! No mentimos..." Y ahí escuché el famoso "ocultar también es mentir". Tiene sentido, supongo. Pero, si nadie te pregunta específicamente, tampoco podes ser acusado de mentir todo el tiempo. A mi nadie me preguntó cómo estaba hoy, y no por eso me acusan de ocultar o mentir... En fin.
Eramos de las nenas con amiguitos de la cuadra, vivíamos disfrazados, así que era común ver un peculiar conjunto de indiecitos, damas antiguas, power rangers y bailarinas que daban vuelta a la manzana sumando adeptos. Recuerdo mi infancia con una sonrisa enorme, y recuerdo a la gente de mi infancia con mucho amor. La vida da muchas vueltas, y sin siquiera planearlo, terminé encontrándome con parte de la manada años después, Vicky y Cami terminaron siendo de mi grupo de amigas de mis últimos años de la secundaria, Mikey se mudó a Mendoza y nos veíamos años después en la finca de La Esperanza algún que otro verano, entre guerras de agua y hormonas que nos jugaban malas pasadas...
Ay, la finca, otro de los lugares importantísimos de mis primeros años. Pan con manteca y azúcar en la galería, después de todo el día en la pileta y de todas las picaduras de avispas y de las víboras pisadas mientras nos subíamos a los árboles. Lo lindo de los veranos es que tenían días largos que nos alcanzaban para todo, y para llegar, al final, a la noche, a comer en la mesa larguísima, los fideos de Lauri. Un domingo, o sábado, o quizás algún día de semana (que en vacaciones son exactamente iguales que los domingos) mamá y Lauri y todos los adultos se había metido en la casa, y nos habían dejado a los chicos en la pileta, yo, con mis cinco años, estaba empezando a nadar, algo me defendía, se me nubla un poco la memoria, y de repente sólo me recuerdo a mí, en la orilla de la pileta y a mi hermana, en las escaleritas, con uno de esos flotadores tipo rosca en la cintura, sucedió muy rápido, tal vez, y tal vez también haya sido un poco culpa mía. Siempre me gusto desafiar, La cosa es que ya, ella metida en el agua, levantó los brazos y comenzó a hundirse vertiginosamente despacio, mezclándose con el fondo celeste. Hay algo que recuerdo clarísimo, sus ojos vidriosos mirándome mientras se iba para abajo, entre el agua. Pero hay algo que, también, extrañamente, recuerdo. Es como si yo hubiese estado dentro de ella en ese momento. Porque me recuerdo a mi misma, en el borde de la pileta, mirándola, recortada por el sol. Mamá presiente cosas, y se ve que lo presintió, porque de un momento para el otro la vi llegando corriendo, tirarse a la pileta y sacar del fondo a mi hermana, tosiendo, escupiendo agua, y con los ojos rojos (del cloro o de estar a punto de llorar). Dijeron que nunca más nos iban a dejar solas en la pileta, pero sabíamos que no iba a ser así. Creo que heredé algunos de los presentimientos de mamá. Siempre me sorprendieron, me siguen sorprendiendo. ¿Cuántas veces me habré despertado, en medio de la noche, para encontrarla en el borde de mi cama? Y me decía "me desperté y vine y tenías esto a punto de picarte", mientras me señalaba el alacrán muerto en el piso. ¿Cuántas veces me habrá llamado por teléfono justo cuando la llamé yo con el pensamiento, porque algo me dolía demasiado en el corazón? No me gusta la excesiva confianza, pero el abrazo de mamá me hace sentir más segura que cualquier cosa en el mundo.
Tengo un largo historial de abandonos en mi vida, y ese día, cuando nos contaron que Nico se mudaba a Córdoba, sólo fue uno de los primeros. Sentía que me arrancaban un pedacito, ignoraba que faltaba que me arranquen muchos más.


(¿Más?)

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