miércoles, 29 de octubre de 2014

Reticencia a los zapatos de verano

Curso a las siete de la mañana (encima por elección propia, qué masoquismo). Al principio del cuatrimestre, por Agosto, salía de mi casa y todavía era de noche. Quien me conoce un poco sabe que me encanta el invierno. Debo decir que, igualmente, me costaban esas mañanas, nada que no se solucionara con medio litro de café, borcegos y una gran bufanda.

Es sorprendente cómo con el pasar de los días comienza a amanecer más temprano; y hace una semana, sin darme cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo, cuando me desperté a las seis menos diez, ya entraba luz por la ventana.

El día se comienza distinto cuando te levantás y verdaderamente es de día, volví a disfrutar (en serio) de las caminatas hasta la Facultad, cuando no me levanto con el tiempo justo por quedarme "cinco-diez-quince" minutos más en la cama.

Últimamente, con el calor que está haciendo el único momento verdaderamente disfrutable del día es la mañana. El lunes había una atmósfera distinta, más gente en la calle, más saludos y menos caras de dormidos. Mis mañanas solían ser silenciosas, pero ese día sentí que había cambiado algo, hasta me animo a decir que escuché una risa o dos.

Ya casi llegando a la puerta de la Facultad, se me ocurrió mirar a la gente que caminaba cerca y comprobé que había llegado esa época que tan poco me gusta: la de los zapatos de verano.

Me vi rodeada de sandalias, ojotas, chatitas y otros horrorosos inventos que dejan más de la mitad de los pies al descubierto. No puedo evitar que me den la impresión de suciedad, están demasiado cerca del piso y muy al aire libre, a merced de tierra, agua, polvo y quién sabe qué más. Uñas de los pies semidespintadas, talones secos y venas muy marcadas entre múltiples defectos e imperfecciones más; pero debo decir que nada me causó tanto pero tanto horror, como mirar hacia abajo y ver, en mis propios pies, un par de zapatos de verano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario