sábado, 22 de agosto de 2015

El encendedor

Te empecinabas en prender un cigarrillo en una esquina con un encendedor que, claramente, no funcionaba. Me acerqué y disparé algún chiste tonto. Me miraste con cara de pocos amigos, despeinada. Me apuré a buscar en mis bolsillos el encendedor rosa que le había robado a mi hermana y te lo ofrecí. Te sonreíste y tiraste el tuyo, resignada. Quise comenzar una charla, probablemente comentándote sobre el horroroso viento que estaba azotando a la ciudad. Creo que no entendiste, y no supiste qué contestar, o si contestar, siquiera. Así que te pregunté si podía acompañarte un rato. Me miraste confundida (una vez más) pero asintiendo. Y así comenzó.
De repente, estábamos un día caminando de la mano, cantando The Black Keys a los gritos. Cruzábamos calles corriendo, aunque los semáforos siempre estaban en verde para nosotros, dándonos paso. Una extraña sensación de aceleración nos invadía. Me leíste Saramago en voz alta, quejándote de su evidente mala relación con los puntos (seguidos y aparte), y pocas cosas te irritaban tanto como el que no te diera el aire para completar las frases: "¡dale hijo de puta, basta de comas!". Odiabas el apio, y una noche, sentados en el piso de la cocina, te comiste como veinte varillas sólo para contradecirme. y me tuve que comer tus benditas hamburguesas de lentejas. Y terminaron gustándome. Un día llegaste llorando a mi casa, mostrándome los dedos llenos de espinas, no habías tenido mejor idea que trasplantar tus cactus aduciendo que como te querían, no te iban a pinchar. Qué linda tu voz de resentimiento. Decidimos escribir una larga carta del lector, ideando teorías para responder la pregunta de por qué las maquinitas de cargar sube no aceptaban billetes de 20, y claro, aprovechamos para despotricar contra Rosas. (Bien que después te quedabas horas y horas atontada mirando a Manuelita en el Pridiliano Pueyrredón del MNBA). Perdí la cuenta de cuantas tazas de té te volqué encima, pero te acostumbraste a mi torpeza, e incluso te hiciste amiga. También perdía la cuenta de las veces que nos agarró la lluvia en medio de la calle y corrimos a refugiarnos en algún café, porque ¿para qué más sirven las tormentas que para ser una excusa para correr a refugiarnos a cafés?
Transcurrieron momentos en forma de días, de meses, de años, y siempre nos preguntamos por qué habíamos decidido ordenarnos de ese modo. Comíamos, leíamos, escuchábamos música, y de a poco tu vida fue mi vida y mi vida la tuya y casi que ya no teníamos razón para no juntarlas cada vez más y más. Y pasó el tiempo.
Fuimos envejeciendo juntos, de a poquito, y de a poquito, también, fuiste venciendo tu miedo a envejecer. Nos mudamos de la ciudad para "ver más verde", pero la realidad era que nuestras piernas no soportaban ya subir los dos tramos de escaleras de nuestro departamento en Almagro. Y se veía más lindo el cielo. Y estábamos juntos para verlo. Y al final, era lo que nos importaba.


Pero, de repente, en el último intento, el encendedor dio a luz una pequeña y débil llama, prendiste el cigarrillo y cruzaste la calle, perdiéndote entre la gente, apresurada. Y yo me quedé en la esquina, con el peso del encendedor rosa que le había robado a mi hermana, oprimiéndome en el pantalón.

5 comentarios:

  1. No puedo evitar volver siempre a leer esto.

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  2. Miro el encendedor amarillo al lado de mis dedos que no paran de tipear y leo el título en la pantalla. El encendedor. También. De esas hermosas e inútiles casualidades cibernéticas que a nadie le importan. Somos 1650 millones de usuarios activos solo en Facebook. Haberte encontrado en este universo de bits es para mí la continuación de ese cielo que mirábamos juntos. Te busqué en las cúpulas y miradores de Buenos Aires, en el aroma a café de los bares al pasar y en cada ochava de las esas esquinas que crucé desde que te perdiste entre la gente. Hasta hoy. Al menos desde ahora tendrá sentido la pregunta recurrente que me invade a cada puesta de sol. ¿Para qué más sirven las tormentas que para ser una excusa para correr a refugiarnos a cafés? El último sorbo y me hundo en la hermosura de tu prosa

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    1. Querido anónimo que tal vez nunca lea esto, fue inevitable leer su comentario una y otra vez, definitivamente usted también tiene una muy bella prosa.

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  3. Todavía me falta filtrar el historial para saber qué casualidad me trajo acá. Seria sin dudas más fácil creer en las coincidencias o milagros para ahórrame la tarea, tediosa, de buscar una respuesta un poco racional.
    Lo anterior lo digo para poder comprender, y si es posible, encontrar una ley general para terminar los martes de lluvia, de un Julio extremadamente frio, de la misma manera que termino esté martes.
    Sin dudas creo que estoy pensando demasiado la forma de que este comentario cause en vos lo que tu relato causo en mí. Solamente como forma de agradecimiento genuino. Pero bueno no siempre el contenido y la forma se condicen, como expresa tu relato.
    Por eso termino acá. Con la certeza de haber encontrado un lugar al cual volveré para seguir encontrando "otros nuevos" lugares en tus relatos.

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