viernes, 6 de febrero de 2015

El bondi pirata

Le aburrían los viajes en colectivo, por eso los evitaba tanto como podía, pero siempre llegaba el día en el que varios kilómetros la separaban del lugar de destino y no quedaba otro remedio para su modesto bolsillo. Se sentaba en los asientos de atrás, contra la ventana de la derecha, en lo posible; claro, siempre y cuando hubiese algún asiento disponible y no tuviese que hacer el recorrido apretujada entre gente transpirada. Se sentaba, con los auriculares o algún libro, o ambos, o ninguno, y veía la ciudad pasar. Estaba convencida de que era la ciudad la que se movía. Ella estaba quieta. Ella estaba sentada mirando por la ventana, nada más. Y se arremolinaban a su alrededor edificios, calles que emanaban vapores olorosos y gente que iba apurada enredándose la piernas entre las correas de algún paseador de perros, siempre un tachero gritando improperios y siempre un auto recalentado. Siempre casas bajitas intercaladas con edificios que tocaban el cielo y siempre alguna rama de algún árbol que casi le tocaba la cara. ¿A dónde irá esa ciudad tan apurada? De vez en cuando se tomaba su tiempo. frenaba un poco, y permitía que otro colectivo se le acercara a un costado vertiginosamente, y siempre había alguien mirando por la ventana, como ella. Jugaba a sostener la mirada con el extraño del colectivo vecino, a ver quién era el primero en dirigir los ojos hacia otro lado, y casi siempre ganaba. Confiaba en su mirada competitiva. El juego duraba lo que dura un semáforo, y, si tenía suerte, podía dar revancha en el siguiente. Todo se tornaba más intenso. Ahora los dos sabían que la competencia era de vida o muerte. A veces le daban ganas de arrojarse al otro colectivo, de crear un puente con su cuerpo y hacer una especie de abordamiento, al estilo barco pirata. Soñaba con gente usándola para trasladarse de un colectivo a otro e izando una bandera negra, con un bondi y dos huesos blancos dibujados. Cuando se sentía un poco más osada, incluso se animaba a sacar un brazo. Llevaba la cuenta de los colectivos que había tocado. Nueve. Se estaba preparando. El décimo era el definitivo.Tenía que abordarlo. Había dicho lo mismo cuando estaba a punto de llegar al tercero, por ese dicho de "la tercera es la vencida" pero le pareció muy precipitado. La gran hazaña necesitaba preparación.
Esperó unos minutos en la parada, nerviosa, y cuando vio aparecer el bondi en el horizonte de la avenida San Martín, los latidos se le redoblaron. Esperó, quinta en la fila de personas que decían "3,25", llegó su turno, apoyó la SUBE en la maquinita y miró hacia adentro del colectivo: Estaba lleno de gente transpirada.

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