domingo, 28 de diciembre de 2014

Los rayos cayendo de un cielo encapotado

Diciembre era su mes menos preferido para ir a verla y tenía varias razones para que así fuera, el paso de los años había hecho que se de cuenta de eso, pero también había hecho que esas razones fueran variando, a veces disminuyendo hasta casi desaparecer y otras aumentando inquietantemente. Nunca había encontrado, sin embargo, una razón lo suficientemente fuerte para dejar de ir. Y la verdad es que se sentía más en casa allí que en su diminuto departamento, allí ya lo conocían, y, principalmente, ella lo hacia sentir en casa, ella era su hogar.
Había pasado ya el momento en el que se preguntaba hora tras hora por qué el destino había obrado de esa manera, los años habían hecho que, de cierta manera, lo aceptara. Tenía claro que aceptar no era lo mismo que olvidar ¿cómo iba a olvidarla?
El día después de Navidad siempre era el peor. Sentía una ironía indescriptible. Todo se llenaba de flores, cartas, gente... Y si bien él sabía que era bueno, sentía que era una hipocresía que esas familias, ausentes todo el año, aparecieran justo ese día.
Le dolía el olvido, sufría por los otros, pero, también en parte, por ella y por él. Tenía claro que en cualquier momento él tampoco iba a estar y entonces ¿los alcanzaría a ellos también el olvido?
Estaba sentado en el banco. Mirándola. Se escuchaba el bullicio de la gente mezclado con la musiquita de las tarjetas navideñas repitiéndose sin cesar. Ella siempre tenía flores, se lo merecía. Se había prometido a sí mismo que nunca iba a dejar de ir a verla y que nunca le iban a faltar flores. Y por 32 años había mantenido su promesa. A veces, en sus largas horas de reflexión, seguía preguntándose si había hecho bien en elegir ese lugar para ella, nunca habían tenido ocasión para planificar aquello que parecía tan lejano, nunca hubiese imaginado que ella se iba a apagar así, una noche, entre sus brazos, sin un por qué.
Había aprendido a alejar el sentimiento de culpa y a transformar el dolor en algo positivo. No podía negar que era feliz. La gente solía preguntarle por qué no se había casado de nuevo, él nunca sintió la necesidad. Se había enamorado y seguía enamorado, aunque se rieran o lo miraran con pena cuando lo decía. Diciembre era una de las pocas cosas que lo hacían indignarse, y hasta estaba orgulloso de eso.
Miró el nicho de al lado. Uno de los pocos que seguían, aún en Navidad, sin flores. Como era costumbre, separo unas cuantas del ramo que había llevado y las puso en su macetero. Era una de esas lápidas protegidas por una reja, no las entendía; el cuerpo no iba a ir a ningún lado, no necesitaba una reja. Lo curioso era que recordaba haber pensado exactamente lo mismo el día en que la habían puesto. Era Noviembre y llovía, casi nunca llueve, y la reciente viuda estaba sola. Nadie más la acompañaba. Él estaba sentado allí, en el mismo banco,18 años atrás, no había lluvia que impidiera que cumpla con su promesa. Ella se sentó al lado y él le dio su paraguas. Sintió ganas de abrazarla y de decirle eso de que el tiempo va sanando las heridas, aunque fuese mentira, aunque quizás eso funcione para algunos, que necesitan el remedio del tiempo, pero no para otros que tienen heridas más profundas. Pero el silencio dijo más y prefirió que sea de ese modo. Cuando la lluvia paró un poco, se levantó, cerró la reja de la lápida y se fue. Fue la última vez que vio esa tumba con flores, bueno, exceptuando las veces que él mismo las ponía. Sentía que era más sincero que desapareciera definitivamente y no volviera, ni siquiera, para Navidad.
Había tenido tiempo para imaginar la historia de la misteriosa pareja, era de las pocas historias que nadie conocía en el Cementerio y que le obsesionaba saber. El pasar tanto tiempo ahí había hecho que se relacionara con los más diversos personajes y había entre ellos algo parecido a la amistad. No hablaban mucho, pero las pocas palabras que se decían en cada encuentro iban narrando historias y poco a poco reconstruyendo vidas. Otra razón por la que no le gustaba Diciembre: ese código no escrito de hablar poco era sistemáticamente violado.
"Hola Don Lucho, feliz Navidad" lo saludó el jardinero mientras tiraba baldes y baldes de agua para que no se secara el pasto, era verdad que no llovía casi nunca, pero hoy se veían en el cielo algunas nubes amenazantes. La lluvia lo transportaba inmediatamente a la tarde de noviembre de 18 años atrás. Hizo memoria y no pudo acordarse de otro día en que la lluvia lo hubiese alcanzado en su banco ¿podría ser posible?
Lentamente los recovecos del cementerio se fueron vaciando, mientras el cielo seguía llenándose de nubes, iba a oscurecer bastante más temprano. Comenzó a despedirse cuando la primera gota lo mojó y tal vez fueron sus pensamientos los que no dejaron que escuche que alguien se había acercado a él, hasta que, tímidamente, ese alguien le ofreció su paraguas.

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