miércoles, 30 de julio de 2014

Temblor.

"Era otoño. Atardecía y el sol le daba un tono aún más dorado a las hojas que caían lentamente, como un incesante río amarillo. Hacia un frío particular, a pesar del sol. Sus rayos se hacían cada vez más débiles y a la vez incómodos a la hora de elegir qué ponerte en días como ese. Ella estaba sentada en un banco de la plaza observando el particular paisaje. ¿Quién sabe? Quizás buscando inspiración o simplemente admirando el lugar. O quizás, tan sólo yo veía la hermosura de la escena. No estoy totalmente seguro de que todos los demás pudiesen ver lo que yo veía: Sus manos cruzadas, acariciando casi inconscientemente su pierna, sus grandes ojos verdes pensativos que invitaban a mirar lo que ella miraba. El sol bañando como a propósito sus cortos rulos castaños, el esbozo de sonrisa en sus finos labios, y las hojas... Las hojas eran lo que más me llamaban la atención. Perfectamente ordenadas a su alrededor y cayendo, cayendo, cayendo con un ritmo constante, con gracia y soltura, como apreciando caer a su lado, sobre ella.. Y yo vi todo. Vi como cerraba los ojos y tomaba una gran bocanada de aire, nutriéndose de lo maravilloso y simple que la rodeaba, cómo miraba hacia un lado y otro, impacientándose, cómo el sol se empezaba a perder y la plaza quedaba sumida en una ligera penumbra que daba la sensación de soledad. Vi también cómo se paraba y caminaba hacia mi, cómo su voz (que maravillosa voz) preguntaba la hora, y cómo, al recibir mi respuesta su gesto de felicidad desaparecía mientras murmuraba un "Gracias" dando media vuelta y alejándose lentamente, vi también cómo las hojas la seguían, cerrando su marcha y siguiéndole el ritmo, pero lo que vi con mayor claridad y lo que más recuerdo es la manera en que la vi girar en una esquina, perderse para siempre de mi vista, dejándome parado como esperándola, dejándome totalmente solo, con la oscuridad que me cubría por completo."

Se paró y salió de la confitería donde había leído ese fragmento publicado en el diario local, pasó por delante de la puerta vidriada y por un momento miró su reflejo ¿Cuánto tiempo había pasado desde ese día? Lo recordaba perfectamente… se había dejado crecer el pelo y un ligero bronceado empezaba a cubrir su piel. Sus ojos seguían igual de verdes y sus rulos igual de alborotados. Se acomodó el pañuelo alrededor del cuello y por fin salió a la vereda. No había vuelto a pisar la plaza desde ese día, una serie de decepciones y recuerdos dolorosos que no deseaba revivir habían hecho que bloquee aquel día y lugar de su mente, quizás fue eso lo que más le llamó la atención de lo que acababa de leer. No recordaba con exactitud lo ocurrido ese día y mucho menos la apariencia de ese hombre. Lo único que había quedado fuertemente afianzado en su cabeza era la hora: “ocho menos diez”. Lo había dicho así. Podría incluso imitar el tono de voz con que había pronunciado esa frase que sonaba cada vez más fuerte en su cabeza. Quizás, solo quizás, por eso, con una mezcla de miedo, confusión y asombro, dirigió sus pasos a la plaza. El corazón le latía más fuerte de lo normal, a decir verdad temblaba de nervios. Despacio, muy despacio fue a su banco, se sentó, cerró los ojos, tomo una gran bocanada de aire llenándose los pulmones del aroma primaveral que flotaba a su alrededor, se quedó muy quieta por un instante, hasta que una voz interrumpió sus pensamientos: “disculpa, ¿tenés hora?”

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