viernes, 25 de julio de 2014

17 meses

Hoy me puse a pensar en lo que era cuando apenas me mude a Capital. Me acuerdo del entusiasmo y las ganas que tenía. Pero también me acuerdo del miedo.
Algo que me caracteriza es el desapego. Siempre sentí que vaya a donde vaya iba a ser una extranjera, que nunca iba a pertenecer verdaderamente a ningún lugar. Quizás suene un poco duro que lo diga de esta manera, pero es así. En Jujuy nunca fui "de Jujuy", si vuelvo al lugar donde nací, tampoco me voy a sentir en casa: viví sólo mi primer año ahí.
Dicen que uno pertenece, o tiene su hogar donde esta la familia. Y yo me llevo preguntando toda mi vida qué es la familia. Para mi, los lazos de sangre cada vez significan menos. Están muy desvalorizados, no se sí será sólo en mi caso o es algo generalizado, la cosa es que estoy unida por sangre con gente con la cual no hablo hace años. Y no es un tema de enemistades, sino más bien, desintereses. Y ojo, no culpo sólo a los demás, siempre digo que una relación se hace de a dos, y yo tampoco hago mucho para recuperar ciertos vínculos.
Lo mismo pasa con las amistades. No voy a decir que viví en muchos lugares, porque la verdad es que la mayor parte de mi vida la pase en Jujuy. Pero si, que constantemente fui reconstruyendo relaciones. No es que crea que soy la única que lo hace, pero siento que mi caso en particular es un poco más extremo.
Hoy, a 17 meses de haber llegado a esta ciudad, siento que Buenos Aires es mi lugar. Por mis planes y proyectos acá, por todo lo que viví y me hizo vivir, por las personas maravillosas que tuve la suerte de conocer (o tener la oportunidad de reencontrarme). Pero sobretodo porque acá, más allá de no haber estado tanto tiempo, deje más de mi que en cualquier otro lugar. Y creo que el hogar es donde uno se reconoce a sí mismo, donde se puede ver reflejado.
Salí de la casa de mi vieja a los 18. Y sinceramente no creo que haya estado lista. Creo que nadie esta listo a esa edad para salir a defenderse solo en el mundo real. El arrojarme así, de cierta manera me obligo a crecer, pero también me fue definiendo (y me sigo definiendo todavía). Estuve muy perdida, como creo que es lógico que pase, pero hoy me siento encaminada, y más en casa que nunca. Y es loco, porque es la primera vez que me siento en casa.
No suelo admitir que me emociono, pero la verdad que estoy muy agradecida de como se dieron las cosas para mi este año. Estoy contenta de haber puesto mi cabeza y mi corazón en orden, y de dedicarle tiempo a lo que creo que lo merece, a mis convicciones. Y si en este momento se me escapa una lágrima es de orgullo y alegría, de gratitud.
Siempre me dio miedo el no saber que va a pasar, y una muestra de que hoy estoy en paz, es el que estoy contenta de no saber que me depara el futuro. De poder vivir libremente, con metas y objetivos, pero con mil maneras distintas de lograrlos. Algunas serán más largas, a veces tomaré atajos. Eso no es lo más importante. Y el haber llegado a comprenderlo me hace sentir bien.
Se que no acostumbro a escribir sobre mi tan crudamente como hoy lo estoy haciendo, pero a veces tengo que tomarme libertades. Cuando uno escribe siempre deja una parte de sí mismo (vivo repitiendo esto), pero hoy dejo algo más.
Espero, y estoy segura de que va a ser así, que dentro de algún tiempo voy a releer esto y me voy a ver de nuevo a mi misma escribiendo apurada mientras agradezco haber encontrado asiento libre en el subte y tratando de identificar si el olor que hay es a limón o a quien sabe que. Se que me voy a ver de nuevo a mi misma, a dos semanas de cumplir 20 años y con todo el miedo que tengo a eso, y espero haber crecido más todavía. Porque eso si, pase lo que pase, siempre creciendo, y sea como sea, siempre para adelante.
Ale.

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