domingo, 6 de junio de 2010

Otra de esas noches clásicas para olvidar.


Estaba rodeada de gente, pero sólo estaba segura de la existencia de 4. Primero él, porque sentía su respiración pausada al lado mío, sentía su mirada que iba del escenario a mi propia mirada, y después ellos tres, en el escenario. Tan solos pero acompañándose entre ellos. De un momento a otro sentí como apoyaba su mano en mi rodilla y lentamente acerqué la mía para acariciarlo. Estaba increíblemente frío, y el frío me devolvió a la realidad. Lo miré y le sonreí y recordé mil cosas en un instante. La música que flotaba a nuestro alrededor me hizo recordar a cuando era chica y mi papá me llevaba a ver conciertos de música clásica, lo extrañaba y por mi cuerpo recorrió un impulso de sacar el celular y marcar su número, no podía hacerlo, estaba en un teatro. Mi mirada recorría la gente sentada cerca de mí y siempre siempre volvía al escenario. Primero miraba a los tres artistas y después subía hasta las luces que los iluminaban. Si había algo de los teatros que me gustaba eran las luces, la manera de que la luz incidía hacía que se notaran las partículas del aire, “una solución coloidal” como había estudiado unas semanas antes para la prueba de química. Me fascinaba ver cómo se movían las pequeñas partecitas de aire “efecto Tyndall” pensé otra vez. “Y pensar que ese aire es el que estamos respirando, todo sucio” fue el tercer pensamiento que cruzó mi mente. Sí, era bastante distraída, todo me llamaba la atención, o simplemente no me importaba, en mí no había medios, ni grises. A mi derecha una señora respiraba muy fuerte, demasiado, y eso que estaba a tres butacas de la mía. Le clavé la mirada e instintivamente, quizás, empezó a respirar normalmente, me reí por dentro y mi atención se concentró en sentir con cada uno de mis sentidos la mano apoyada como por casualidad, como sin querer sobre mi rodilla izquierda. Pasaron los minutos tranquilamente durante ese encuentro, y entre pensamientos banales y notas musicales perfectamente ordenadas por Beethoven y Dvorak, y finalmente cada uno volvió a donde pertenecía, aunque por momentos estaba convencida de que mi lugar era ahí al lado suyo. Me fui y se fue, y estoy convencida de que voy a olvidar la noche de ayer, por eso decidí dejar mi testimonio. Hay cosas que es mejor olvidar, esta no es una de esas.

2 comentarios:

  1. G.. R.. A.. C...

    avanzé buscando la pista final, pero parece que no era un juego de palabras como pensaba!

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  2. ja! ahí se cargó bien! joroschó, muy muy joroschó!

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