lunes, 19 de octubre de 2015

Tormentas

Hace meses que tengo este texto en la punta de los dedos, desde la noche anterior a mi cumpleaños, para ser exacta. Llovía de una manera impresionante y toda tormenta desata en mi el momento en el que me di cuenta del por qué de lo increiblemente aterradoras que me resultan.
Acabo de colgar el teléfono con mamá. Me dijo "no te asustes, es un fenómeno metereológico". Y no es que no lo sepa, y no es que no haya intentado mil y un maneras de erradicar el miedo que producen en mí. Leandro me hacía contar los segundos entre el relámpago y el trueno. Me distraía, pero no podía quitar de mi cabeza esa sensación insoportable de nerviosismo.
"Cuanto más cuentes, es que más lejos cayó el rayo". Imaginen como temblaba cuando apenas llegaba a contar hasta dos.
Cuando tenía seis años, mamá nos leía los cuentos de Washington Irving, hacía poco tiempo habíamos estado en la Alhambra, y los escenarios nos parecían tan cercanos que podíamos escuchar ensimismadas durante horas los relatos de príncipes y princesas moros. Hay varios que podría relatar de memoria, pero el que viene al caso es uno sobre tres princesas, hijas de un tal Mohamed el Zurdo, que vivían confinadas en un palacio con vista al Meditarráneo. Habían nacido con diferencia de tres minutos entre cada una (qué pintoresco) y a cada una le correspondía una cualidad (si no cómo podríamos identificarlas ¿no? já). Zayda, la mayor, era la valiente, la intrépida, la que siempre iba al frente (hasta fue la primera en nacer); Zorayda, la del medio, era bella y vanidosa: admiraba la hermosura en general, y era en ella misma en donde más la encontraba; y a Zorahayda, la menor, la caracterizaba su sensibilidad. Y es justo en la descripción de esta última hermana donde encontraba el detalle que más me llamaba la atención (y me sigue llamando y sigo recordando cada vez que una tormenta se asoma), Zorahayda se maravillaba ante la inconmensurabilidad de la naturaleza, ante lo magnífico de sus fenómenos, pero bastaba apenas un rayo para hacer que se desmayara.
¿Puede algo tan fascinante sacudirlo a uno de tal forma?
Me bajé del colectivo en avenida Santa Fe y corrí bajo la lluvia hacia mi departamento. A mitad de cuadra se cortó la luz y un relámpago partió el cielo, iluminándome a mí y a mi absurda sensibilidad. No bastó para que me desmayara, pero por lo menos fue suficiente para que de una vez por todas materializara esta idea.
Y no seré una princesa mora, y no me desmayaré cada vez que los vidrios de la puerta del balcón tiemblan casi como a punto de quebrarse, pero sigo sufriendo cada tormenta eléctrica y esperando con una contradictoria ansiedad cada relámpago, como creyendo que si por alguna extraña razón cayeran todos seguidos, uno tras otro, el martirio acabaría más rápido.
Y uno sabe que no es tan grave, que la tormenta va a pasar, pero mientras tanto, Zorahayda, yo te entiendo.

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